Afortunadamente para
nosotros, Pla estuvo
allí. En los cafés, las
tertulias, los
mentideros y las gradas
del Congreso. El catalán
pasó cinco años en
Madrid, de 1931 a 1936,
entre la fauna
periodística y la clase
política de la época.
Llegó a la capital
cuando caía la monarquía
de Alfonso XIII y se
marchó tres meses antes
del alzamiento fascista.
En esos años escribió
más de un millar de
crónicas para 'La Veu de
Catalunya', el diario
catalanista y
conservador de La Lliga
de Cambó, y también para
otros periódicos como
'El Sol', 'El Norte de
Castilla' o 'El
Noticiero Sevillano'.
Pla estuvo en el Madrid
republicano y fue
testigo del proceso por
el que las ideas dejaron
su lugar a las
consignas, y éstas
allanaron el camino a
las pistolas. Con el
tiempo, su entusiasmo
inicial fue derivando en
la melancolía que
produce lo inevitable.
La República se
precipitaba hacía la
guerra civil y nadie iba
a impedirlo. En tales
circunstancias, el
cronista hizo lo que
mejor sabía hacer:
copiar del natural.
Imaginémosle escribiendo
en la alta madrugada,
ordenando el caos
político de la época en
su cabeza, mientras lía
el enésimo cigarrillo y
espera la llegada del
adjetivo exacto.
En el monumental 'La
segunda República
española' (Destino),
Xavier Pericay ha
reunido todos los
trabajos que Pla publicó
en la prensa de la época
sobre la Segunda
República española. Un
trabajo colosal llevado
a cabo con gran
pulcritud y rigor. El
volumen, que cuenta con
un iluminador prólogo de
Valentí Puig, agrupa mil
cincuenta y nueve
artículos; novecientos
cincuenta y cuatro de
ellos están traducidos
del catalán, mientras
que el resto fueron
escritos originalmente
en castellano. Algunos
de estos textos se
cuentan entre lo mejor
de Pla. Son sus últimos
trabajos como periodista
puro, como cronista, un
trabajo «muy extraño»
que aceptó en su
juventud con un medido
entusiasmo y que
llegaría a ser capital
en su concepción de la
escritura. En 'El
cuaderno gris' Pla
cuenta cómo, en sus años
de estudiante, componía
«papelorios» envarados y
novecentistas.
Ver las cosas
directamente y
describirlas con
claridad: prácticamente
la divisa literaria de
Pla. La obra del catalán
es el resultado de una
coincidencia prodigiosa:
la de una mirada
potentísima y una
expresión llena de vigor
y exactitud. Ese el
secreto: un escritor
dramáticamente apegado a
la realidad que posee
las herramientas
necesarias para fijar
cualquier pedazo del
mundo (un pedazo que
puede ser una ciudad, un
primer ministro o un
salmonete) en el papel.
Leyendo los artículos de
'La Segunda República
Española' comprobamos
que ni siquiera el
laberinto político y la
inminencia de una guerra
civil superan la
capacidad de descripción
y síntesis de Pla.
Rígido civismo
La primera
crónica del libro está
fechada el 18 de abril
de 1931. Pla recibe con
simpatía el nuevo
régimen, en gran medida
porque parece evitar los
excesos revolucionarios.
El periodista es un
burgués que sospecha que
el grado de perfección
de una democracia tiene
bastante que ver con el
orden público, la
sofisticación
gastronómica, la
frivolidad de la vida
social y la puntualidad
de los trenes. La suya
es «una concepción
diríamos rígida del
civismo». Pronto
comienzan los
altercados. En enero de
1932 la situación ya es
«verdaderamente
dramática». En el país
se ha producido «un
relajamiento absoluto de
los vínculos de
convivencia». El
descontento posterior
deviene necesariamente
en actos de violencia.
En una visita a Bilbao,
el cronista advierte las
consecuencias de los
errores de «quienes han
confundido la libertad
con la demagogia, el
progreso con la
improvisación incapaz,
el orden con el
sectarismo más
anacrónico y tronado».
Pla comienza el año de
1933 escribiendo un
artículo en el que se
pregunta si su
generación verá otra
guerra en Europa. Poco
después decreta el
comienzo de la
decadencia del «mito
Azaña». «Hay posiciones
demasiado ingenuas para
ser verdaderas», escribe
refiriéndose al por
entonces presidente del
Consejo de Ministros.
Llega Casas Viejas y la
fundación de Falange. El
año termina con la
victoria electoral de
las derechas. Pla la
recibe con la esperanza
de que Lerroux logre
afianzar el sistema y
recuperar el orden
público. Habla de la
«cursilería humanitaria»
de Indalecio Prieto, de
las «expresiones
infantiles» de Azaña, de
la «explotación del
provincialismo» que hace
Esquerra.
Llega el colapso
Se suceden las
crisis ministeriales, el
Gobierno prohíbe la
prensa extremista y Pla
señala que «por todos
lados se advierte un
lujo de prevenciones».
En marzo de 1934
comienza un artículo con
una reflexión que,
acostumbrados al
fatalismo histórico y al
estribillo de las dos
Españas, resulta
llamativa: «No sé si al
fin nos dejarán vivir en
paz. Es posible que al
fin lo logremos, pero
será por consunción,
después de haber
ensayado todas las
locuras, de haber
perdido una gran
cantidad de tiempo y de
dinero, de haber
retrocedido en todos los
aspectos de la vida
nacional». El año
termina con las
sublevaciones en
Cataluña y Asturias. La
censura comienza a
descalabrar los
artículos de Pla.
En los siguientes meses
se advierten mayores
dosis de cansancio y
pesimismo. En cierto
modo, el periodista que
escribió párrafos
chispeantes sobre la
proclamación de la
República en Madrid ha
quedado atrás. Sus
textos van adquiriendo
un tono de mayor
frialdad. Se diría que
también sus juicios van
perdiendo algo de
alegría y contundencia.
Por si fuera poco, la
censura continúa
mutilando sus escritos.
Leer las últimas
crónicas madrileñas de
Pla contagia una
sensación de abandono y
tristeza. El escándalo
del estraperlo acaba con
Lerroux y, ante las
elecciones de febrero de
1936, el cronista
pronostica «situaciones
muy difíciles». Años
después reconocería que
en aquel momento ya
entendía que «la
revolución y la Guerra
Civil eran inminentes».
«La atmósfera en Madrid
es asfixiante», escribe
el 22 de marzo de 1936.
«Se han dejado atrás los
estragos pasados, y la
opinión vive
impresionada por el
miedo al resultado de
las elecciones
municipales convocadas
para el 12 de abril».
Esas elecciones nunca
llegarán a celebrarse.
Tres meses antes de que
las tropas africanas se
subleven, Pla deja su
corresponsalía en Madrid
y se refugia en
Cataluña. En septiembre
consigue escapar a
Marsella con pasaporte
noruego. Después sabrá
que algunos milicianos
fueron a buscarle a su
casa de Palafrugell. En
la ciudad francesa se le
ve pasear solo y leer
novelas de Simenon.
Ahora que la Segunda
República regresa con su
vistoso prestigio de
fetiche intelectual
resulta aconsejable
volver a Pla. El catalán
es un antídoto contra el
peligro del idealismo,
un correctivo contra la
bravuconería castiza y
un lenitivo contra la
herrumbre, tan en boga,
del simbolismo, el
sentimentalismo y la
palabrería.