EDITORIAL PRENSA ASTURIANA Director: Isidoro Nicieza


Miércoles 12 de Abril de 2006

CUENCAS
 
Cuando la República llegó a las Cuencas
La «niña» debería cumplir ahora 75 años, pero no la dejaron llegar «a pollero» y, como murió joven, cada uno es libre de imaginar lo que habría sucedido si hubiese envejecido con salud. La «niña», como saben, fue la II República, seguramente la última ocasión histórica en que los españoles de las cuatro esquinas peninsulares se sintieron orgullosos de serlo. Verán ustedes a lo largo de esta semana de aniversario opiniones para todos los gustos, tal vez también la mía, pero en otro lugar, porque esta página está dedicada a nuestras historias y eso es lo que voy a hacer ahora: contarles cómo se vivió el 14 de abril de 1931 en las Cuencas.

Aquí, como en todo el país, la proclamación fue casi una sorpresa porque el cambio de régimen no salió de un referéndum sino de la voluntad popular que se manifestó de repente en unas elecciones municipales, las que se celebraron aquel soleado 12 de abril de 1931, dando la victoria en las principales ciudades a las candidaturas republicano-socialistas.

Asturias fue una de las regiones donde la cosa se vio más clara: se elegían 1.218 concejales y los censados con derecho a voto eran algo más de 164.000 varones, ya que las mujeres aún no podían opinar en las urnas. La participación en los municipios mineros superó el 80% y el éxito de la izquierda fue abrumador. Así que cuando se supo el resultado del recuento, en muchas casas se empezaron a añadir franjas moradas a las banderas y la noche del 13 casi no se durmió. Por fin, llegó la tarde del 14 y con ella las noticias de las capitales y, sobre todo, de Madrid.

Los langreanos se enteraron por la radio de la Casa del Pueblo de que en Eibar y otros lugares se estaba proclamando la República, y pronto formaron una manifestación de ida y vuelta desde Sama hasta La Felguera, luego escucharon los parlamentos patrióticos de Lázaro García, Manuel Álvarez Marina y Julián García Muñiz y la multitud acabó confluyendo en la plaza del Ayuntamiento, donde aplaudieron alborozados el vuelo del retrato del rey lanzado desde el balcón.

Se nombró un brevísimo Comité Revolucionario con los republicanos Darío Argüelles y José Rodríguez y el socialista Belarmino Tomás, y por fin se constituyó la flamante Corporación municipal con treinta miembros, Celso Fernández García como alcalde y Luis Carbajal en el puesto de primer teniente de alcalde.

Entre los concejales estaban Enrique Celaya, Juan Castaño García, José Manuel González, Manuel Peña González, José Rodríguez, Daniel Gutiérrez, Isidoro Coses Fueyo, el citado Julián García Muñiz y Mariano Fernández, éste último, representante de la minoría comunista, se apresuró a pedir en la primera sesión la expulsión de todas las órdenes religiosas, la disolución de la Guardia Civil, la legalidad de su partido y la movilización de las vanguardias obreras, siendo tranquilizado por los otros ediles.

Lo que sí se aprobó rápidamente fue la formación de una comisión para investigar los acuerdos adoptados por los anteriores ayuntamientos monárquicos que pasaban a peor vida, la depuración de responsabilidades por lo ocurrido desde 1923 y la sustitución de nombres en las calles por una lista que ya se había preparado desde hacía meses para cuando llegase la ocasión.

También en Mieres, como en toda España, hubo manifestaciones. Aquí cada partido organizó la suya y sólo se registró un pequeño incidente: un tiro disparado al aire ante el convento de los pasionistas, recriminado por quienes desfilaban en la alegre comitiva y que incluso detuvieron su marcha unos momentos para tranquilizar a los frailes; por lo demás, alegría, vivas al nuevo régimen, canciones (la «Marsellesa» y la «Internacional», ya que casi nadie conocía el himno de Riego) y el mismo ritual de tirar por los aires el retrato oficial de Alfonso XIII arrancado de la pared de la Alcaldía.

Al término del bullicioso desfile popular, los discursos desde el edificio consistorial corrieron a cargo del socialista Cándido Barbón -del que muy pocos conocían su membresía masónica- y del secretario de la sección de Izquierda Republicana y del Ateneo local, Avelino Martínez Fernández, precisamente el concejal de la Corporación republicana que más tardó en fallecer y que en los años ochenta aún era capaz de contarme estos detalles.

En el Caudal la Corporación quedó constituida por nueve republicanos de la izquierda, doce socialistas, dos reformistas, cuatro republicanos conservadores y dos comunistas de Turón y hasta la llegada del nuevo alcalde Ramón González Peña, que estaba preso en la cárcel de Huelva, asumió el mando de forma provisional el socialista Esteban Martínez, que manifestó la sensación agridulce que vivía su partido al recordar a su compañero Manuel Llaneza, que por unos meses no llegó a vivir aquel día. Algunos de sus amigos más queridos, como José Ramón Parrado, Dimas Riestra, Bautista Díaz, Emilio Rivas, Benjamín Cachero o el propio Cándido Barbón estaban entre los concejales.

No hubo violencia, ni siquiera verbal; ésta fue una de las escasas ocasiones en que los ateos manifestaron que si Dios existía, su dedo había tocado aquel día España. Hasta los anarquistas, muy fuertes en el Nalón, se habían decidido a ir a votar y ahora esperaban la misma lealtad de los nuevos gobernantes; así se lo hizo saber a voces un cenetista que interrumpió en La Felguera el discurso de Belarmino Tomás.

La jornada siguiente fue fiesta nacional, siguieron las manifestaciones, los voladores, los pasacalles de las bandas de música, los retratos de Gabriel Galán y García Hernández por todas partes, y hasta en el Nalón los más impacientes se dedicaron ya a reemplazar las placas de las calles por tablas de madera y carteles con los nombres de los nuevos tiempos.

No pasó de la anécdota, pero la única discrepancia organizativa se dio también en el mismo valle: venía siendo tradicional en el Ayuntamiento que si el Alcalde era de Sama el primer teniente de alcalde fuese felguerino, y cuando en la primera reunión se trataba aquella cuestión alguien cayó en la cuenta de que faltaban ocho elegidos por aquel distrito que no habían salido de La Felguera. Al momento se contactó con ellos por teléfono y se supo que habían tomado la sorprendente decisión de constituirse en municipio independiente; luego todo fue humo, se solicitó la mediación de los dirigentes de los partidos y se impuso el interés general.

Muchos se preguntaban dónde estaban los monárquicos, que al parecer nunca habían existido. Como sucede en estos casos, de repente todos se subían al carro de los vencedores y echaban pestes del rey. Ya ven que la historia se repite.

Lo que sí se dieron fueron actitudes de desconfianza, como la del temeroso maestro de la escuela de Vegadotos, negándose a descolgar el retrato del monarca que presidía su clase ante la inseguridad de lo que aún podría suceder, pero pronto llegó la normalidad y después de dos días de celebraciones las Cuencas retornaron al trabajo y los ayuntamientos empezaron a funcionar.

En Mieres se sacó a subasta el proyecto de la traída y del macelo municipal, se crearon varios ateneos y centros escolares y el orfeón volvió a cantar; también en Langreo se potenció la cultura y se abordó el problema del agua, pero en este caso ocasionando un serio conflicto con Laviana, que reclamaba la propiedad del manantial de El Reigosu, fundamental para su abastecimiento.

Un enfrentamiento doméstico y que podía solucionarse dialogando. Desgraciadamente, a los pocos meses iban a llegar otros desafíos de mayor envergadura y algunos empezaban a tener claro que para resolverlos la única dialéctica que iban a usar iba a ser la de las pistolas.

Entretanto, el rey marchaba a la frontera y una estrofa del poeta Luis de Tapia que resumía aquel momento empezaba a hacerse popular:

¡Ya es triste cruzar la España
cuando es flor todo el país!...
¡Cuando en fecundos olores
florecen todas las flores
menos las flores de lis!

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