La historiografía
franquista sobre la II República española, anteriormente, y, hoy,
ese revisionismo de pelaje neofranquista y escasa densidad
científica interpretan la trayectoria republicana como un patio de
monipodio y antesala de una supuesta revolución comunista que
condujo a España a una situación de caos del que sólo pudo ser
«salvada» por el providencial golpe militar de julio de 1936.
Esas interpretaciones tratan de encubrir y justificar el derribo
de un régimen de origen democrático cuyo frustrado programa de
reformas tuvo como objeto el establecimiento de la primera
democracia española. La II República no llegó, en efecto, como un
acuerdo entre élites políticas y sociales, como ocurrió con la
Restauración, sino que fue al contrario, el resultado de una
revolución popular pacífica, impulsada fundamentalmente por las
clases medias y la clase trabajadora industrial y campesina,
excluidas de aquel régimen oligárquico. Fueron, sin duda, muchos e
importantes los obstáculos, unos externos y otros internos, con
que tuvo que lidiar la II República. Entre los primeros, sin duda,
las consecuencias de la recesión económica originadas por la Gran
Depresión y las implicaciones negativas que, para su
supervivencia, tuvo el contexto internacional con la subida al
poder en 1933 del nazismo y del régimen autoritario y antiobrero
del socialcristiano Dollfuss en Austria.
En el plano interno, el principal obstáculo provino de la cerrada
oposición que esas élites económicas y sociales y los poderes
fácticos, la Iglesia y el Ejército, hicieron a esas reformas
democráticas. Unas y otros estimularon y aprovecharon, además, en
su beneficio e intereses el descontento que esas reformas
generaron entre las capas medias y los sectores populares
conservadores. Pero también hubo errores, obstáculos y excesos
derivados de la propia actuación del bando republicano. Como
fueron, entre otros, su división interna por las diversas
expectativas que la «Niña» despertaba entre sus componentes y las
disfunciones del sistema de partidos políticos que surgió con el
nuevo régimen. Aunque, como ha demostrado convincentemente Santos
Juliá, el sistema de partidos republicano no respondiese
estrictamente a lo largo de la vida de la República al modelo de
pluralismo polarizado descrito por Sartori que impide la
consolidación de la democracia.
En Asturias, el proceso republicano, apoyado por amplios sectores
de las capas medias y la clase trabajadora del centro de la
región, se desarrolló siguiendo las pautas generales que mantuvo
para el conjunto de España. Pero presentó también algunas notas
específicas como fueron el decisivo protagonismo que tuvo
Asturias en la insurrección de octubre de 1934; la importante
contribución que, como consecuencia de ese episodio revolucionario
y su dura represión, aportó la región al triunfo del Frente
Popular; y la corta, pero significativa, experiencia de ejercicio
de soberanía durante la etapa de la República en guerra.
Los resultados de las elecciones municipales del 12 de abril de
1931, que fueron la causa inmediata de la caída de la Monarquía y
la proclamación de la República, dieron en Asturias, como en el
conjunto de España, la victoria a la coalición
republicana-socialista en las ciudades y en las áreas industriales
y mineras (33,5% del total de las concejalías). Pero en las zonas
rurales el triunfo fue para las candidaturas monárquicas, que, en
conjunto, obtuvieron más concejales que la coalición electoral pro
republicana: 40,4%.
Como en toda España, la proclamación de la República el día 14
también se celebró en Asturias con multitudinarias manifestaciones
en las ciudades. En cambio, fue recibida con preocupación y
cautela entre los sectores conservadores de la burguesía regional
y los medios de la Iglesia asturiana.
Las elecciones de junio de 1931 para elegir a los representantes
asturianos en la Asamblea constituyente republicana dieron
también una clara victoria a la coalición republicana socialista:
12 de los 16 escaños en disputa. Ante esas elecciones de junio la
derecha no sólo estaba todavía en fase de reorganización y
Melquíades Álvarez, en su deriva hacia posturas conservadoras,
acababa de fundar su nuevo partido, el Liberal- Demócrata. Sino
que, como protesta por haber sido reventado en el teatro Campoamor
un mitin electoral de Álvarez, el partido del tribuno gijonés se
retiró de las elecciones, secundado en ello por la candidatura de
la derecha monárquica
.
Durante el bienio reformista (1931-1933), la aplicación de la más
importante de las reformas republicanas que afectaba a Asturias,
la reforma laboral (mejora de los salarios y de la jornada
laboral, que pasó a ser definitivamente de 8 horas y para los
mineros del interior de 7, los seguros obligatorios de retiro
obrero y accidentes de trabajo y de maternidad, la ley de jurados
mixtos, etcétera) no sólo no amainó la conflictividad social en la
región, sino que fue la más elevada de toda España.
Una de las causas de esa conflictividad fue la resistencia de los
empresarios asturianos a que descendiese su tasa de beneficios
como consecuencia de la aplicación de estas reformas, pero también
lo fueron las medidas que algunas empresas tomaron de recortes de
plantillas y horarios para paliar los efectos del exceso de
producción causado por la crisis económica mundial, que afectó en
España a los sectores productivos dominantes en la economía
asturiana, el siderúrgico y el minero, además del efecto de la
paralización del programa de obras públicas de la dictadura
primorriverista. Muchas de las huelgas estuvieron entreveradas en
su origen y desarrollo de motivaciones políticas dada la
oposición contra la república burguesa en esta etapa de los
anarcosindicalistas de la CNT y de los comunistas a través del
Sindicato Único Minero (SUM).
En el plano político, el primer bienio asistió en Asturias a una
profunda y eficaz reorganización de la derecha a través de una
amplia difusión (29.000 afiliados en el otoño de 1933) de Acción
Popular por el territorio asturiano. Se apoyó para ello en las
organizaciones eclesiásticas y utilizó como cemento ideológico la
doctrina cristiana con el lema «Religión, familia, propiedad,
trabajo y orden». Su presidente fue José María Fernández Ladreda y
la monárquica, la tendencia predominante dentro de la organización
derechista asturiana de la que formaba parte un importe sector de
la burguesía industrial asturiana. En marzo de 1933 AP se había
integrado en la Confederación Española de Derechas Autónomas
(CEDA), presidida por Gil Robles, cuyo principal objetivo era,
según decía el texto oficial de su fundación, la revisión
constitucional según los principios de la doctrina cristiana,
siguiendo la táctica señalada por el episcopado español en su
declaración colectiva en diciembre de 1932.
La caída del Gobierno de Azaña en septiembre de 1933 provocó la
disolución de la alianza entre republicanos y socialistas, y
condujo a las elecciones de noviembre de ese año, las primeras en
que votaron en España las mujeres. Como en el resto de España, en
Asturias triunfó la derecha a través de una coalición electoral de
AP y el PLD de Melquíades Álvarez, que obtuvo el 45,5% de los
votos y 13 de los 17 escaños; los otros cuatro fueron para los
socialistas, que se impusieron en la zona central de la región.
El resultado de las elecciones dio lugar a un Gobierno del Partido
Radical encabezado por Lerroux, con el apoyo parlamentario de la
CEDA. La estrategia final de ésta era alcanzar el poder por vía
parlamentaria para restaurar la Monarquía o establecer una
dictadura corporativa similar a las de Portugal o Austria. Los
gobiernos del bienio radical-cedista iniciaron así una política de
rectificación de las reformas del primer bienio y de revisión del
texto constitucional. La CEDA, por su parte, en el contexto de la
consolidación del nazismo y la represión obrera en Austria por
Dollfuss, daba claras muestras de fascistización, sobre todo entre
sus sectores juveniles: las JAP.
En esas circunstancias, los socialistas acordaron iniciar un
movimiento insurreccional si la CEDA incorporaba a algún ministro
al Gobierno radical. Y trataron de conseguir la unidad de acción
del movimiento obrero a través de las Alianzas Obreras. Cuando en
octubre de 1934 se incorporaron tres ministros de la CEDA al
Gobierno radical, se desencadenó en España la revolución. Como es
sabido, el movimiento, mal concebido y peor organizado, fracasó,
menos en Cataluña, donde fue inmediatamente reducido, y en
Asturias, donde controló la región durante 15 días e intentó
llevar a cabo una experiencia de revolución social. Ese
episodio difundió el nombre de Asturias por todo el mundo.
En la génesis del octubre asturiano más que causas económicas hay
que destacar los factores de naturaleza política. Entre otros, la
intensa difusión que llevó a cabo el periódico socialista
«Avance», dirigido por Javier Bueno, de la amenaza fascista en
Alemania y del golpe de fuerza del canciller socialcristiano
Dollfuss contra los obreros austriacos. Pero también el hecho
específico asturiano de que el pacto secreto de la Alianza Obrera
en Asturias, en marzo de 1934, lo firmaron también los
anarcosindicalistas asturianos, en contra de lo dispuesto por sus
organismos de nivel estatal. A dicho pacto se sumaron en el último
momento los comunistas. La intervención de Gil Robles en una
concentración de la CEDA en Covadonga animando a la reconquista de
España y aclamado por algunos sectores católicos como «caudillo»
provocó una huelga general de 24 horas como protesta. En esta
huelga ocurrieron graves incidentes que aumentaron aún más la
tensión en Asturias y contribuyeron también al posterior
desencadenamiento de la insurrección asturiana.
El episodio revolucionario produjo 1.100 muertos, de los que 43 lo
fueron al margen de los combates, y entre ellos 33 eran
eclesiásticos asesinados por incontrolados. La dura represión
(torturas de los presos, condenas a muerte, 18.000 detenidos, los
24 ejecutados de Carbayín, etcétera) que siguió al proceso
revolucionario se justificó con una campaña de la prensa
reaccionaria, que creó una verdadera «leyenda negra», llena de
truculencias sobre los desmanes y el caos de la revolución de
octubre asturiana.
La campaña pro amnistía en favor de los represaliados de octubre
estimuló la cohesión de las fuerzas de izquierda y fue una de la
bases del programa de la coalición electoral del Frente Popular,
que agrupaba a los partidos obreros y republicanos de izquierda, y
obtuvo el triunfo en las elecciones de febrero de 1936. En
Asturias, el FP obtuvo 13 de los 17 escaños. Pero el equilibrado
resultado electoral en votos expresaba también la polarización
política en que vivía la sociedad asturiana.
La guerra civil, al no triunfar la sublevación militar en
Asturias, excepto en la capital, abrió en la región la etapa de la
República en guerra. Asturias vivió ese proceso aislada del resto
del territorio republicano, y después de los primeros momentos de
desconcierto, organizó su administración con eficacia y autonomía.
Pero también con algunos excesos y descontroles como ocurrió con
la dura represión contra la Iglesia asturiana, que causó la muerte
de 115 de sus miembros. Los dirigentes republicanos, no todos, en
sus últimos momentos, antes de su derrota definitiva en octubre
de 1937, reconocieron la soberanía del territorio que controlaban
frente al Gobierno de Valencia, creando el denominado Consejo
Soberano de Asturias y León. Fue algo así como el último canto del
cisne de la Asturias republicana. Después vino una dictadura que
implantó el modelo contrario de lo que pretendió ser aquella
República democrática. No porque ésta fracasara, sino porque las
fuerzas que apoyaron el régimen de Franco la derribaron. PRENSA 2006
INDICE GENERAL |