EDITORIAL PRENSA ASTURIANA Director: Isidoro Nicieza


Jueves 13 de Abril de 2006

II República, principio y fin en Asturias
Julio Antonio Vaquero Iglesias
La historiografía franquista sobre la II República española, anteriormente, y, hoy, ese revisionismo de pelaje neofranquista y escasa densidad científica interpretan la trayectoria republicana como un patio de monipodio y antesala de una supuesta revolución comunista que condujo a España a una situación de caos del que sólo pudo ser «salvada» por el providencial golpe militar de julio  de 1936.

Esas interpretaciones tratan de encubrir y justificar el derribo de un régimen de origen democrático cuyo frustrado programa de reformas tuvo como objeto el establecimiento de la primera democracia española. La II República no llegó, en efecto, como un acuerdo entre élites políticas y sociales, como ocurrió con  la Restauración, sino que fue al contrario, el resultado de una revolución popular pacífica, impulsada fundamentalmente por las clases medias y la clase trabajadora industrial y campesina, excluidas de aquel régimen oligárquico. Fueron, sin duda, muchos e importantes los obstáculos, unos externos y otros internos, con que tuvo que lidiar la II República. Entre los primeros, sin duda, las consecuencias de la recesión económica originadas por la Gran Depresión y las implicaciones negativas que, para su supervivencia, tuvo el contexto internacional con la subida al poder en 1933 del nazismo y del régimen autoritario y antiobrero del socialcristiano Dollfuss en Austria.

En el plano interno, el principal obstáculo provino de la cerrada oposición que esas élites económicas y sociales y los poderes fácticos, la Iglesia y el Ejército, hicieron a esas reformas democráticas. Unas y otros estimularon y aprovecharon, además, en su beneficio e intereses el descontento que esas reformas generaron entre las capas medias y los  sectores populares conservadores. Pero también hubo errores, obstáculos y excesos derivados de la propia  actuación del bando republicano. Como fueron, entre otros, su división interna por las diversas expectativas que la «Niña» despertaba entre sus componentes y las disfunciones del sistema de partidos políticos que surgió con el nuevo régimen. Aunque, como ha demostrado convincentemente Santos Juliá, el sistema de partidos republicano no respondiese estrictamente a lo largo de la vida de la República al modelo de pluralismo polarizado descrito por Sartori que impide la consolidación de la democracia.  
En Asturias, el proceso republicano, apoyado por amplios sectores de las capas medias y la clase trabajadora del centro de la región, se desarrolló siguiendo las pautas generales que mantuvo para el conjunto de España. Pero presentó también algunas notas específicas como fueron  el decisivo protagonismo que tuvo Asturias en la insurrección de octubre de 1934; la importante contribución que, como consecuencia de ese episodio revolucionario y su dura represión, aportó la región al triunfo del Frente Popular; y la corta, pero significativa, experiencia de ejercicio de soberanía durante la etapa de la República en guerra.

Los resultados de las elecciones municipales del 12 de abril de 1931,  que fueron la causa inmediata de la caída de la Monarquía y la proclamación de la República, dieron en Asturias, como en el conjunto de España, la victoria a la coalición republicana-socialista en las ciudades y en las áreas industriales y mineras (33,5% del total de las concejalías). Pero en las zonas rurales el triunfo fue para las candidaturas monárquicas, que, en conjunto, obtuvieron más concejales que la coalición electoral pro republicana: 40,4%.

 Como en toda España, la proclamación de la República el día 14 también se celebró en Asturias con multitudinarias manifestaciones en las ciudades. En cambio, fue recibida con preocupación y cautela entre los sectores conservadores de la burguesía regional y los medios de la Iglesia asturiana.

Las elecciones de junio de 1931 para elegir a los representantes asturianos en la Asamblea constituyente republicana dieron también una clara victoria a la coalición republicana socialista: 12 de los 16 escaños en disputa. Ante esas elecciones de junio la derecha no sólo estaba todavía en fase de reorganización y Melquíades Álvarez, en su deriva hacia posturas conservadoras, acababa de fundar su nuevo partido, el Liberal- Demócrata. Sino que, como protesta por haber sido reventado en el teatro Campoamor un mitin electoral de Álvarez, el partido del tribuno gijonés se retiró de las elecciones, secundado en ello por la candidatura de la derecha monárquica
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Durante el bienio reformista (1931-1933), la aplicación de la más importante de las reformas republicanas que afectaba a Asturias, la reforma laboral (mejora de los salarios y de la jornada laboral, que pasó a ser definitivamente de 8 horas y para los mineros del interior de 7, los seguros obligatorios de retiro obrero y accidentes de trabajo y de maternidad, la ley de jurados mixtos, etcétera) no sólo no amainó la conflictividad social en la región, sino que fue la más elevada de toda España.

Una de las causas de esa conflictividad fue la resistencia de los empresarios asturianos a que descendiese su tasa de beneficios como consecuencia de la aplicación de estas reformas, pero también lo fueron  las medidas que algunas empresas tomaron de recortes de plantillas y horarios para paliar los efectos del exceso de producción causado por la crisis económica mundial, que afectó en España a los sectores productivos dominantes en la economía asturiana, el siderúrgico y el minero, además del efecto de la paralización del programa de obras públicas de la dictadura primorriverista. Muchas de las huelgas estuvieron entreveradas en su origen y desarrollo de motivaciones políticas dada la oposición  contra la república burguesa en esta etapa de los anarcosindicalistas de la CNT y de los comunistas a través  del Sindicato Único Minero (SUM).

En el plano político, el primer bienio asistió en Asturias a una profunda y eficaz reorganización de la derecha a través de una amplia difusión (29.000 afiliados en el otoño de 1933) de Acción Popular por el territorio asturiano. Se apoyó para ello en las organizaciones eclesiásticas y utilizó como cemento ideológico la doctrina cristiana con el lema «Religión, familia, propiedad, trabajo y orden». Su presidente fue José María Fernández Ladreda y la monárquica, la tendencia predominante dentro de la organización derechista asturiana de la que formaba parte un importe sector de la burguesía industrial asturiana. En marzo de 1933 AP se había integrado en la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), presidida por Gil Robles, cuyo principal objetivo era, según decía el texto oficial de su fundación, la revisión constitucional según los principios de la doctrina cristiana, siguiendo la táctica señalada por el episcopado español en su declaración colectiva en diciembre de 1932.

La caída del Gobierno de Azaña en septiembre de 1933 provocó la disolución de la alianza entre republicanos y socialistas, y condujo a las elecciones de noviembre de ese año, las primeras en que votaron en España las mujeres. Como en el resto de España, en Asturias triunfó la derecha a través de una coalición electoral de AP y el PLD de Melquíades Álvarez, que obtuvo el 45,5% de los votos y 13 de los 17 escaños; los otros cuatro fueron para los socialistas, que se impusieron en la zona central de la región.

El resultado de las elecciones dio lugar a un Gobierno del Partido Radical encabezado por Lerroux, con el apoyo parlamentario de la CEDA. La estrategia final de ésta era alcanzar el poder por vía parlamentaria para restaurar la Monarquía o establecer una dictadura corporativa similar a las de Portugal o Austria. Los gobiernos del bienio radical-cedista iniciaron así una política de rectificación de las reformas del primer bienio y de revisión del texto constitucional. La CEDA, por su parte, en el contexto de la consolidación del nazismo y la represión obrera en Austria por Dollfuss, daba claras muestras de fascistización, sobre todo entre sus sectores juveniles: las JAP.

En esas circunstancias, los socialistas acordaron iniciar un movimiento insurreccional si la CEDA incorporaba a algún ministro al Gobierno radical. Y trataron de conseguir la unidad de acción del movimiento obrero a través de las Alianzas Obreras. Cuando en octubre de 1934 se incorporaron tres ministros de la CEDA al Gobierno radical, se desencadenó en España la revolución. Como es sabido, el movimiento, mal concebido y peor organizado, fracasó, menos en Cataluña, donde fue inmediatamente reducido, y en Asturias, donde controló la región durante 15 días e intentó llevar a cabo una experiencia de revolución social. Ese episodio difundió el nombre de Asturias por todo el mundo.

En la génesis del octubre asturiano más que causas económicas hay que destacar los factores de naturaleza política. Entre otros, la intensa difusión que llevó a cabo el periódico socialista «Avance», dirigido por Javier Bueno, de la amenaza fascista en Alemania y del golpe de fuerza  del canciller socialcristiano Dollfuss contra los obreros austriacos. Pero también el hecho específico asturiano de que el pacto secreto de la Alianza Obrera en Asturias, en marzo de 1934, lo firmaron también los anarcosindicalistas asturianos, en contra de lo dispuesto por sus organismos de nivel estatal. A dicho pacto se sumaron en el último momento los comunistas. La intervención de Gil Robles en una concentración de la CEDA en Covadonga animando a la reconquista de España y aclamado por algunos sectores católicos como «caudillo» provocó una  huelga general de 24 horas como protesta. En esta huelga ocurrieron graves incidentes que aumentaron  aún más la tensión en Asturias y contribuyeron también al posterior desencadenamiento de la insurrección asturiana.

El episodio revolucionario produjo 1.100 muertos, de los que 43 lo fueron al margen de los combates, y entre ellos 33 eran eclesiásticos asesinados por incontrolados. La dura represión (torturas de los presos, condenas a muerte, 18.000 detenidos, los 24 ejecutados de Carbayín, etcétera) que siguió al proceso revolucionario se justificó con una campaña de la prensa reaccionaria, que creó una verdadera «leyenda negra», llena de truculencias sobre los desmanes y el caos de la revolución de octubre asturiana.

La campaña pro amnistía en favor de los represaliados de octubre estimuló la cohesión de las fuerzas de izquierda y fue una de la bases del programa de la coalición electoral del Frente Popular, que agrupaba a los partidos obreros y republicanos de izquierda, y obtuvo el triunfo en las elecciones de febrero de 1936. En Asturias, el FP obtuvo 13 de los 17 escaños. Pero el equilibrado resultado electoral en votos expresaba también la polarización política en que vivía la sociedad asturiana.

La guerra civil, al no triunfar la sublevación militar en Asturias, excepto en la capital, abrió en la región la etapa de la República en guerra. Asturias vivió ese proceso aislada del resto del territorio republicano, y después de los primeros momentos de desconcierto, organizó su administración con eficacia y autonomía. Pero también con algunos excesos y descontroles como ocurrió con la dura represión contra la Iglesia asturiana, que causó la muerte de 115 de sus miembros. Los dirigentes republicanos, no todos, en sus últimos  momentos, antes de su derrota definitiva en octubre de 1937, reconocieron la soberanía del territorio que controlaban frente al Gobierno de Valencia, creando el denominado Consejo Soberano de Asturias y León. Fue algo así como el último canto del cisne de la Asturias republicana. Después vino una dictadura que implantó el modelo contrario de lo que pretendió ser aquella República democrática. No porque ésta fracasara, sino porque las fuerzas que apoyaron el régimen de Franco la derribaron. 

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