SOCIEDAD Y CULTURA
La República como meta
MACRINO SUÁREZ
Hoy, en el 75.º aniversario de la
proclamación de la II República, no es nuestra intención añorar
nostálgicamente lo que pudo ser y no fue, por obra y gracia de unos
militares ambiciosos y felones, testaferros de quienes no aceptaban
ver progresivamente suprimidos sus privilegios ancestrales, sino
adelantar unas reflexiones sobre la República futura.
Enlazamos así con una costumbre que iniciaron los republicanos después
de que la I República pereciera, como no, en manos de los militares.
Consistía en reunirse todos los 11 de febrero, no para volver la vista
hacia atrás, sino para reflexionar sobre la vigencia de los valores
republicanos, de su posible aplicación teniendo en cuenta la evolución
de la sociedad española. Así conservaban la antorcha de la libertad y
la iban transmitiendo a las generaciones sucesivas. En 1939, la
República vencida, pero no enterrada, después de una guerra
fratricida, consecuencia del golpe militar del 18 de junio de 1936, la
costumbre de reunirse los republicanos en cada aniversario se reanudó,
tanto en el exilio interior como en el exterior, para denunciar la
dictadura, guardar celosamente la antorcha de la libertad e ir
reflexionando sobre cómo debería ser la República venidera en una
España que estaba evolucionando y que ya a partir de los años sesenta
ya no tenía nada que ver con la de 1931.
Con la transición se interrumpió esa costumbre, puesto que se
consideró que al fin nuestro país se estaba encarrilando hacia la
democracia. Sin embargo, el desencanto producido por esta transición
interminable, que ya dura casi treinta años, en amplios sectores de la
sociedad, y especialmente en los jóvenes, ha hecho que de nuevo el
aniversario tenga sentido si es para reflexionar sobre la vigencia de
los valores republicanos y de su aplicación a la consolidación
definitiva de la democracia. Se sigue transitando (hay quienes hablan
ya de una tercera transición) pero no se sabe hacia dónde. Nosotros
estamos convencidos de que es hacia la República, única forma de
Estado y de gobernación que podrá consolidar la democracia en nuestro
país.
Y no estamos haciendo afirmaciones gratuitas, sino comprobando la
situación real (de realidad) de nuestro país. La Constitución de 1978
está cada día más superada por la evolución de la sociedad española y
ya no responde a las nuevas exigencias políticas, económicas y
sociales de la nueva realidad. La democracia monárquica no ha resuelto
problemas tan graves como, entre otros, el de la configuración
territorial del Estado. Su organización en comunidades autónomas,
tarada desde el inicio por el café para todos y privilegio fiscal
concedido a dos de ellas, está derivando hacia una relación de tipo
federal o confederal, difícilmente compatible con la Monarquía; las
relaciones con la Iglesia católica romana, cada vez más dominadora y
entrometida en la vida pública de los españoles, sólo dejan de ser
tensas cuando el Gobierno cede, como pasa con el problema de su
financiación y de su presencia en la enseñanza pública; el sistema
educativo, que después de seis leyes sigue siendo, a pesar de algunas
mejoras, incompleto y no acaba de instalar los medios necesarios para
que se convierta en el motor de la eficacia educativa y del ascenso
social de todos los españoles.
Paralelamente, los partidos han remplazado a los ciudadanos a la hora
de elegir a sus representantes y han instaurado un sistema de
partitocracia que deja sin sustancia al ejercicio de la soberanía
nacional, es fuente de desencanto de la sociedad civil respecto a la
democracia y constituye un caldo para la corrupción. Y así mientras se
discute bizantinamente si somos una nación de naciones o una nación
única, grande y libre, no se dedica ninguna energía a analizar por qué
España se está convirtiendo en una Marbella de Marbellas.
Claro que esta situación está favorecida por la falta de principios y
de ética de la mayoría de nuestros políticos. La tan cacareada
transición se caracteriza por un abandono generalizado de los
principios de los principales actores políticos: el Rey traicionó a su
padre y a los principios del Movimiento que juró solemnemente
defender; los Suárez y Fraga, aupados al poder por la falange, se
reconvirtieron en demócratas; los «psoelistos», encabezados por Felipe
González, han traicionado al socialismo que los llevó al poder, y los
comunistas, con Carrillo a la cabeza, abandonaron su republicanismo
tradicional. Y esta falta de coherencia ética se presenta como el gran
acervo de la transición sin el que el consenso habría sido imposible,
¡cómo si no fuera posible llegar a un consenso en unas circunstancias
tan graves como las que planteaba la situación política a finales de
1975 sin abandonar ni pisotear los principios políticos de cada uno!
Ante esta realidad que muestra la incapacidad actual de la Monarquía
para resolver nuestros problemas políticos, nosotros reivindicamos la
República como meta para organizar la transformación esencial del
Estado español en vistas de consolidar la democracia en nuestro país.
Estimamos que la República no significa únicamente la posibilidad de
elegir al jefe del Estado, sino también la renovación de las
costumbres y los modos políticos de la gobernación del país. Hay que
construirla ya como una alternativa democrática muy superior a la
Monarquía para que los ciudadanos tomen conciencia de su necesidad y
no seguir considerándola únicamente como una salida apurada ante una
crisis de la Corona, como pasó en las dos experiencias anteriores.
Y para ello pensamos que la adopción de los valores republicanos es
esencial. Apoyándose en los dos pilares indispensables para la
construcción de una democracia digna de su nombre: la soberanía
nacional y la laicidad, la aplicación de los valores republicanos,
libertad, igualdad y fraternidad, adaptados a la sociedad actual y
cuya vigencia es perenne, sería esencial para la transformación del
Estado y la consolidación de la democracia.
En este sentido, ¿qué pensar de las últimas declaraciones del jefe de
Gobierno, afirmando que hoy en España se están cumpliendo los valores
esenciales de la República? Una de dos, o el señor Zapatero se está
burlando de los españoles, y muy en particular de los republicanos, o
de lo que se trata es de ir ganando parcelas progresistas en campos no
esenciales, sin tocar el fondo que supondría aplicar la supremacía de
la soberanía nacional y la laicidad. La primera, base del
republicanismo, es incompatible por principio con la Monarquía por muy
parlamentaria que ésta sea. Y la segunda, que supone la separación de
la Iglesia del Estado y la supresión de los privilegios de la Iglesia
católica romana, no la realizará nunca la Monarquía y aún menos este
Gobierno, que se está caracterizando por la debilidad y el medio ante
las exigencias cada vez más atosigantes de la Iglesia. En todo caso,
las dos supondrían una reforma de la Constitución. O bien quizá se
trate de una estrategia que a golpe de leyes orgánicas y de reformas
menores de la Constitución se quiera presentar una España progresista
y confederal y la Corona como una Monarquía republicana. En todo caso
falta transparencia de cara a los ciudadanos y al propio Parlamento.
Por nuestra parte consideramos que todas las leyes y reformas que
vayan en la dirección del refuerzo de la democracia serán bienvenidas,
puesto que serán otros tantos pasos que nos aproximen a la República.
En fin, el legado republicano no debe dejarse en manos de los que
podríamos llamar «guardianes sagrados de la República del 14 de
abril». Adaptado a la España actual, hay que transmitirlo a las nuevas
generaciones, que sin duda han de comprenderlo mejor, asimilarlo y
utilizarlo cuando lleguen a las responsabilidades del poder.
Nosotros no tenemos otra ambición que facilitar ese proceso, llevando
a cabo una labor cívica de información. Tarea difícil, pero que nos da
la satisfacción de estar cumpliendo con nuestro deber como lo deseaban
los ilustres republicanos que nos precedieron. Castelar y Azaña se
expresaron así y en ese sentido actuaron los diferentes gobiernos de
la República en el exilio.
Evidentemente, la República que propugnamos tiene que ser la de todos
y para todos los españoles. En ella tendrán su sitio todos los
partidos que acepten el juego parlamentario: desde la derecha
civilizada hasta la izquierda progresista. Incluso tendrán cabida en
ella los partidos monárquicos que utilicen la fuerza de la razón y no,
como hasta ahora, la razón de la fuerza para restablecer la Monarquía
si la mayoría de los españoles así lo decidiese. Tampoco tiene que ser
el monopolio de un partido específicamente republicano, posición que
sería ilusoria y muy nociva para su consolidación. No olvidemos que la
República es una forma de Estado y de gobernación y sus instituciones
tendrán el color que la soberanía popular decida con su voto.
Tampoco tiene que servir de plataforma que oculte otros fines últimos
que no son compatibles con la República que nosotros propugnamos, que
es un fin en sí misma: asegurar la convivencia democrática y no un
medio para instaurar regímenes extremistas de cualquier signo que
sean.
Prensa 2006
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