EDITORIAL PRENSA ASTURIANA Director: Isidoro Nicieza


Viernes 14 de Abril de 2006

El teniente republicano en su retiro de Candás
Isidro Castro participó en el cerco de Oviedo, fue preso y se jubiló en la Duro

Candás, Saúl FERNÁNDEZ

Isidro Castro tiene noventa años. Reside en Candás desde hace algún tiempo. «Por mi mujer, por ver si al final mejoraba de salud. Habíamos estado antes en Castellón por lo mismo, pero no hubo solución». Castro es viudo, tiene un hijo, dos nietos y una bisnieta. Procede de la Cuenca, donde se jubiló en la Duro Felguera. «Nací en Sama de Langreo, en 1916». Ahora Isidro Castro vive solo, cerca de la familia. «Vine a Candás como a un retiro. Un día, el secretario general local y el de organización me vinieron a buscar. Me pidieron que volviera al PSOE. Nunca me fui, pero bueno, ahora estoy en la agrupación de Carreño. Voy a las reuniones, pago la cuota. El viernes vamos a poner unas flores en el acantilado, en recuerdo de los que murieron por la República», comenta.

«Mi padre era minero, empleado de Carbones Asturianos. Militaba en el SOMA y en el PSOE. Se llamaba Romualdo Castro», recuerda. Isidro Castro era hijo único. Al comenzar la guerra civil tenía veinte años. «Estaba sin trabajo, estudiaba para maestro industrial. Fuimos al frente del Cristo». En Oviedo se había levantado el coronel Aranda. Sin embargo, los primeros vínculos con la política vinieron de más atrás, «de cuando la Revolución». Recuerda Isidro Castro haber asistido a algunas acciones de los sublevados en las Cuencas. «Mi padre participó más activamente. Llevaba y traía alimentos, munición, pero nada más». La represión dejó al cabeza de familia, al minero Romualdo Castro, sin trabajo.

El 18 de julio de 1936 Franco protagonizó un levantamiento militar contra la República que con el correr de los días se iba a transformar en guerra civil. El 19 de julio fue la fecha elegida por Aranda en Oviedo. «Me propusieron ir a la capital. Vivíamos todavía en Sama y, como iban algunos compañeros de Juventudes, me sumé a ellos. En explosión, como ahora en Francia, no sé si me explico», dice. «Aquellas primeras semanas fueron muy desorganizadas», continúa Isidro Castro. El tropel de Sama se sumó al grupo del comandante Otero, en el Cristo, cerca de los depósitos de agua. «Seríamos treinta y tantos. No todos pertenecíamos a las Juventudes Socialistas. Muchos sí, pero no todos», comenta. «No había disciplina alguna. Íbamos a casa cuando queríamos, nos lavábamos, comíamos y cuando queríamos regresábamos al frente del Cristo», asegura Isidro Castro.

El avance del tiempo trajo la disciplina al grupo de milicianos parapetados en el alto del Cristo. «El grupo se transformó en el Batallón número 16 y seguíamos al mando del comandante Otero», recuerda el militante socialista. Como Castro tenía estudios, se le trasladó a la 72.ª División del Ejército del norte. «Tenía estudios, pero todavía no los había terminado», asegura Castro. Las órdenes ahora venían del comandante Damián, -«que murió en Rusia», comenta Isidro Castro- y el cuartel general de los asediadores de Oviedo estaba en Las Caldas. Al joven socialista se le encargó la jefatura del Servicio de Información y Cartografía de la Sección Segunda del Estado Mayor. «Tenía a mis órdenes a los espías que entraban en Oviedo y también bajo mi responsabilidad se dibujaban los mapas que reflejaban las posiciones de los enemigos. Me habían nombrado alférez», señala Isidro Castro. «Poco tiempo después, hubo una orden en la que se suprimían todos los alféreces del ejército republicano. Por eso me hicieron teniente, y no por lo que decía la causa judicial: que por razones de guerra había ascendido», comenta el militante socialista.

Servicio de información

Una de las funciones del jefe del Servicio de Información era recorrer los distintos frentes, las distintas posiciones, de la zona cercana a Las Caldas. «Estaba en una de éstas cuando nos bombardearon», recuerda. Isidro Castro viajaba en un blindado con hojalata por el monte de Los Pinos, cerca de Trubia. «Murió el conductor. A mí me llevaron primero a Trubia y poco después me evacuaron a Sama, al sanatorio Adaro. Me hirió una esquirla en la pierna izquierda y estuve a punto de perderla. Se gangrenó. Tenía amistad con el capitán médico y me explicó que había distintos tipos de gangrena; la mía no avanzaba, no sé por qué, por eso todavía camino. Más o menos. En el Adaro, junto a mi cama, murió uno que viajaba con nosotros», comenta. Esto pasó a comienzos, el 9 de octubre de 1937. Cinco días antes se había casado en el Juzgado de Sama. Con Franco volvió a casarse, esta vez por la Iglesia. «Pero eso lo hicimos todos», bromea. El 21 de aquel mes, las tropas liberaron el frente norte. Cayeron Gijón y Avilés, y posteriormente el asedio de Oviedo concluyó. «A mí, que estaba en el hospital, me cogieron preso». Primero le dejaron en el Adaro hasta que se recuperara. «Cuando estaba más o menos, me mandaron en barco a Santander, a un campo de concentración», comenta Castro. Tras Santander pasó a la prisión provisional de Los Escolapios de Bilbao y después fue encerrado en El Coto. «Allí me juzgaron». En la causa abierta contra el teniente Castro se le acusaba de haber participado en «una rebelión militar, de ser un marxista peligroso y ser una persona de buena conducta. Dígame: ¿Cómo se come eso?». Al final: cadena perpetua, conmutada por seis años de cárcel. «Salí en 1941, por Begoña. Seguía todavía en Gijón».

Entró a trabajar en los laboratorios de la Duro Felguera. «Por lo mismo, porque tenía estudios. El subdirector de la fábrica fue quien me llamó. Había sido profesor mío y me tenía en gran estima», recuerda. Este ejecutivo fue el que le animó a terminar los estudios de maestro industrial interrumpidos por la guerra.

La vida de Castro durante la posguerra fue de militancia socialista activa. «En la cárcel no había perdido contacto con el PSOE. Pertenecía a la ejecutiva regional dirigida por Manuel Paniceres. Caímos todos y volví a la cárcel. Yo era delegado del Nalón». Esta detención fue en 1946. «Por un equívoco de un compañero». La cárcel se conmutó por trabajo. «En el pozo Fondón, en Sama». Isidro Castro se jubiló con 60 años y lleva ocho en Candás.

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