El
teniente republicano en su retiro de Candás |
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Isidro Castro
participó en el cerco de Oviedo, fue preso y se jubiló en la
Duro
Candás, Saúl FERNÁNDEZ
Isidro Castro tiene noventa años. Reside en Candás desde hace
algún tiempo. «Por mi mujer, por ver si al final mejoraba de
salud. Habíamos estado antes en Castellón por lo mismo, pero
no hubo solución». Castro es viudo, tiene un hijo, dos nietos
y una bisnieta. Procede de la Cuenca, donde se jubiló en la
Duro Felguera. «Nací en Sama de Langreo, en 1916». Ahora
Isidro Castro vive solo, cerca de la familia. «Vine a Candás
como a un retiro. Un día, el secretario general local y el de
organización me vinieron a buscar. Me pidieron que volviera al
PSOE. Nunca me fui, pero bueno, ahora estoy en la agrupación
de Carreño. Voy a las reuniones, pago la cuota. El viernes
vamos a poner unas flores en el acantilado, en recuerdo de los
que murieron por la República», comenta.
«Mi padre era minero, empleado de Carbones Asturianos.
Militaba en el SOMA y en el PSOE. Se llamaba Romualdo Castro»,
recuerda. Isidro Castro era hijo único. Al comenzar la guerra
civil tenía veinte años. «Estaba sin trabajo, estudiaba para
maestro industrial. Fuimos al frente del Cristo». En Oviedo se
había levantado el coronel Aranda. Sin embargo, los primeros
vínculos con la política vinieron de más atrás, «de cuando la
Revolución». Recuerda Isidro Castro haber asistido a algunas
acciones de los sublevados en las Cuencas. «Mi padre participó
más activamente. Llevaba y traía alimentos, munición, pero
nada más». La represión dejó al cabeza de familia, al minero
Romualdo Castro, sin trabajo.
El 18 de julio de 1936 Franco protagonizó un levantamiento
militar contra la República que con el correr de los días se
iba a transformar en guerra civil. El 19 de julio fue la fecha
elegida por Aranda en Oviedo. «Me propusieron ir a la capital.
Vivíamos todavía en Sama y, como iban algunos compañeros de
Juventudes, me sumé a ellos. En explosión, como ahora en
Francia, no sé si me explico», dice. «Aquellas primeras
semanas fueron muy desorganizadas», continúa Isidro Castro. El
tropel de Sama se sumó al grupo del comandante Otero, en el
Cristo, cerca de los depósitos de agua. «Seríamos treinta y
tantos. No todos pertenecíamos a las Juventudes Socialistas.
Muchos sí, pero no todos», comenta. «No había disciplina
alguna. Íbamos a casa cuando queríamos, nos lavábamos,
comíamos y cuando queríamos regresábamos al frente del
Cristo», asegura Isidro Castro.
El avance del tiempo trajo la disciplina al grupo de
milicianos parapetados en el alto del Cristo. «El grupo se
transformó en el Batallón número 16 y seguíamos al mando del
comandante Otero», recuerda el militante socialista. Como
Castro tenía estudios, se le trasladó a la 72.ª División del
Ejército del norte. «Tenía estudios, pero todavía no los había
terminado», asegura Castro. Las órdenes ahora venían del
comandante Damián, -«que murió en Rusia», comenta Isidro
Castro- y el cuartel general de los asediadores de Oviedo
estaba en Las Caldas. Al joven socialista se le encargó la
jefatura del Servicio de Información y Cartografía de la
Sección Segunda del Estado Mayor. «Tenía a mis órdenes a los
espías que entraban en Oviedo y también bajo mi
responsabilidad se dibujaban los mapas que reflejaban las
posiciones de los enemigos. Me habían nombrado alférez»,
señala Isidro Castro. «Poco tiempo después, hubo una orden en
la que se suprimían todos los alféreces del ejército
republicano. Por eso me hicieron teniente, y no por lo que
decía la causa judicial: que por razones de guerra había
ascendido», comenta el militante socialista.
Servicio de información
Una de las funciones del jefe del Servicio de Información era
recorrer los distintos frentes, las distintas posiciones, de
la zona cercana a Las Caldas. «Estaba en una de éstas cuando
nos bombardearon», recuerda. Isidro Castro viajaba en un
blindado con hojalata por el monte de Los Pinos, cerca de
Trubia. «Murió el conductor. A mí me llevaron primero a Trubia
y poco después me evacuaron a Sama, al sanatorio Adaro. Me
hirió una esquirla en la pierna izquierda y estuve a punto de
perderla. Se gangrenó. Tenía amistad con el capitán médico y
me explicó que había distintos tipos de gangrena; la mía no
avanzaba, no sé por qué, por eso todavía camino. Más o menos.
En el Adaro, junto a mi cama, murió uno que viajaba con
nosotros», comenta. Esto pasó a comienzos, el 9 de octubre de
1937. Cinco días antes se había casado en el Juzgado de Sama.
Con Franco volvió a casarse, esta vez por la Iglesia. «Pero
eso lo hicimos todos», bromea. El 21 de aquel mes, las tropas
liberaron el frente norte. Cayeron Gijón y Avilés, y
posteriormente el asedio de Oviedo concluyó. «A mí, que estaba
en el hospital, me cogieron preso». Primero le dejaron en el
Adaro hasta que se recuperara. «Cuando estaba más o menos, me
mandaron en barco a Santander, a un campo de concentración»,
comenta Castro. Tras Santander pasó a la prisión provisional
de Los Escolapios de Bilbao y después fue encerrado en El
Coto. «Allí me juzgaron». En la causa abierta contra el
teniente Castro se le acusaba de haber participado en «una
rebelión militar, de ser un marxista peligroso y ser una
persona de buena conducta. Dígame: ¿Cómo se come eso?». Al
final: cadena perpetua, conmutada por seis años de cárcel.
«Salí en 1941, por Begoña. Seguía todavía en Gijón».
Entró a trabajar en los laboratorios de la Duro Felguera. «Por
lo mismo, porque tenía estudios. El subdirector de la fábrica
fue quien me llamó. Había sido profesor mío y me tenía en gran
estima», recuerda. Este ejecutivo fue el que le animó a
terminar los estudios de maestro industrial interrumpidos por
la guerra.
La vida de Castro durante la posguerra fue de militancia
socialista activa. «En la cárcel no había perdido contacto con
el PSOE. Pertenecía a la ejecutiva regional dirigida por
Manuel Paniceres. Caímos todos y volví a la cárcel. Yo era
delegado del Nalón». Esta detención fue en 1946. «Por un
equívoco de un compañero». La cárcel se conmutó por trabajo.
«En el pozo Fondón, en Sama». Isidro Castro se jubiló con 60
años y lleva ocho en Candás. |
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Prensa 2006
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