Cuencas
Los pozos de la muerte
¿Se puede hablar de estas cosas o es mejor
dejar de lado la memoria histórica como pretenden ahora algunos?
Yo no hago más que poner en práctica lo que me enseñaron en la
escuela y que estaba enmarcado en la pared de la clase, así que
quien me lo hizo aprender que no se arrepienta ahora de que lo
haya asimilado tan bien: «La verdad ni teme ni ofende».
Existen dos pozos en las Cuencas, uno en cada valle, a los que la
historia reciente ha venido a unir en el mismo destino trágico: el
Pozu Funeres y el Pozu Fortuna. El primero es una sima natural, el
segundo fue hecho por el hombre en busca de la riqueza mineral.
Los dos son, desde mediados del siglo XX, involuntarias fosas
comunes y monumentos a la barbarie. Junto a ambos se reúnen
anualmente los familiares, amigos y herederos ideológicos de los
fallecidos para perpetuar su recuerdo. Sin embargo, antes de que
la muerte los cubriese con sus negras alas, eran lugares bien
distintos.
Hay sitios marcados por la fatalidad y a los que desde siempre se
ha identificado con la cara más negra del mal. Es lo que sucede
con el Pozu Funeres, maldito durante generaciones y en el que
antiguamente se quiso encontrar una de las bajadas al Averno.
Alguna vez hemos demostrado cómo en nuestra tierra la realidad
viene a veces a dar la razón a la fantasía y éste es el mejor
ejemplo, porque efectivamente, acabó convirtiéndose en el Infierno
para quienes fueron arrojados vivos a sus profundidades y en la
pesadilla eterna para quienes fueron sus ejecutores y tuvieron que
compartir el resto de sus vidas con el horrible recuerdo de la
mezquindad que enturbió para siempre sus conciencias.
Las leyendas siniestras que se han contado sobre este punto a
veces denotan un origen antiquísimo y no sería de extrañar que
acontecimientos parecidos a los del siglo XX ya se hubiesen
repetido en otras épocas, porque es sabido que muchas consejas
populares no son más que recuerdos adaptados de hechos reales. Hoy
voy a contarles la más conocida, la publicó en 1895 Eladio G.
Jove, quien se encargó del capítulo correspondiente a Laviana en
el conocido libro «Asturias» que entonces editaron Bellmunt y
Canella.
Es un drama de carácter romántico protagonizado por un noble
miembro de la rancia estirpe de los Álvarez de las Asturias que
ejercía su despótico poder desde una casona, ya desaparecida,
cercana a Tiraña, en el lugar que aún se llama El Palacio. Era
malo y despótico, maltrataba a los aldeanos y demandaba el derecho
de pernada a sus doncellas, a las que emparedaba si se resistían a
sus rijosos deseos, hasta que un día fue más allá y se atrevió a
dar muerte de un disparo a un cura por haber iniciado la ceremonia
de la misa sin esperar por él.
Entonces cayó en desgracia, perdió muchos de sus derechos y acabó
falleciendo amargado. La leyenda cuenta que cuando su cadáver era
conducido al panteón familiar de la capital fue raptado por los
cuervos en Peñacorvera -que debe a este hecho su nombre- y
arrojado a la sima del Funeres; allí acabó lanzándose también días
después el único amigo del infame noble: su perro de caza.
Pero el lugar ya estaba maldito con anterioridad, otra versión de
la leyenda del conde de Tiraña cuenta cómo en una ocasión la mejor
de sus vacas, distinguida con un collarón de plata y un cencerro
de oro, cayó accidentalmente a la fosa y el aristócrata envió a
sus criados a rescatar la joya. El más aguerrido bajó hasta el
fondo y pudo recuperar la pieza, pero se negó a volver a la
superficie en un gesto heroico gritando que le soltasen porque
eran tantas las gafuras que le acompañaban que emponzoñaría el
mundo si regresaba con ellas.
Menos conocida pero más agradable es la leyenda del Pozu Fortuna,
una perforación minera con la que se buscó la riqueza para unos
pocos y el trabajo para muchos. La he leído en un «Comarca» de
finales de los sesenta en un comentario firmado por Secundino
Fernández y se la resumo a continuación.
En este caso se vincula al supuesto hallazgo de las reliquias de
los santos Justo y Pastor, venerados en una ermita que corona el
valle, seguramente el santuario más antiguo de las Cuencas y que
es otro de nuestros lugares mágicos al que nos acercaremos otro
día. En el interior del pequeño templo hay un punto concreto del
que se ha venido sacando tierra durante generaciones en la
creencia de que tiene poderes sanadores, de manera que hasta aquí
se acercaban los peregrinos para llevársela a sus casas y poner
remedio a sus males. Según la leyenda, a fuerza de cavar se llegó
hace muchos años a hacer un pozo de varios metros en cuyo fondo
apareció una capa de roca negra y brillante.
Los devotos llamaron entonces a un monje con fama de sabio para
analizar el prodigio y éste sentenció que lo hallado no era ni más
ni menos que carbón -la primera veta encontrada en el valle- y en
agradecimiento alzaron al cielo esta oración: «Gracias Señor por
los dones que tú, altísimo señor, nos diste, y gracias por esta
fortuna que aquí nos has dejado sepultada desde el principio del
mundo». De manera que desde aquel momento aquel coto se llamó
Fortuna y el Pozu quedó bautizado para siempre. Traduciendo al
clásico italiano: aunque no sea cierto, está bien traído.
Pero, desgraciadamente, debemos volver a la realidad y recordar lo
sucedido el 13 de abril de1948, nada menos que a los once años del
término de la guerra civil en Asturias. Entonces el horror se
materializó en el Pozu Funeres cuando 22 personas de varios
pueblos de Bimenes, Infiesto, Laviana y San Martín del Rey Aurelio
fueron sacados de sus casas, torturados y arrojados vivos a sus
profundidades. Los detalles del drama supongo que ya los han oído
alguna vez: pasados varios días aún seguían escuchándose los
lamentos que salían desde el fondo, hasta que los verdugos
volvieron para arrojar cal, gasolina y dinamita asegurando así la
tranquilidad de sus conciencias. Las autoridades prohibieron
entonces acercarse al paraje, incluso a los pastores que por
fuerza debían transitar por los caminos próximos.
Desgraciadamente, como suele ocurrir en otros puntos de la
geografía española con lugares que registran historias similares,
a pesar de que algunos de los protagonistas aún pueden estar
vivos, ni siquiera se conoce el número exacto ni la identidad de
muchas de sus victimas, aunque se supone que aquí rondan la
veintena. En los años setenta un bombero lavianés pudo descender
hasta el fondo, localizar algunos restos y hacer varias
fotografías, pero luego todo volvió al silencio.
Hoy, el Pozu es uno de los santuarios de la iconografía socialista
asturiana donde ya durante el franquismo se citaban en secreto los
militantes de este partido para rendir homenaje a quienes dieron
su sangre para que ellos pudiesen seguir enarbolando su bandera.
El Pozu Fortuna, en Turón, también ha recuperado su dignidad en
los últimos años. Hasta diciembre de 2003 no se pudo localizar con
exactitud su caña, que había sido rellenada con posterioridad a
los hechos. Por fin, y después de distintos sondeos y varios días
de excavaciones, se localizó una chimenea hecha en ladrillo macizo
y de unos cinco metros de diámetro.
Treinta metros más abajo está la última morada de muchos hombres y
mujeres que fueron fusilados en el lugar a partir de 1937, cuando
la contienda ya había finalizado en la zona dando paso a la
venganza. De nuevo es imposible conocer su número ni sus nombres,
pero en este caso son centenares, entre trescientos y quinientos,
según las fuentes, aunque aquí es imposible saberlo con exactitud
porque las tandas de la muerte no eran siempre las mismas y no
hacía falta llevar ningún registro de su actividad.
Junto al brocal del Fortuna se erige hoy un monolito, obra del
turonés José Luis Varela, y desde el 28 de junio de 2006 un
conjunto de paneles con información documental e histórica y obras
literarias alegóricas a la paz y la barbarie recogidas de los
clásicos del siglo XX y de los nuevos escritores españoles. Todo
vale a la hora de dignificar el recuerdo.
Prensa 2006
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