EDITORIAL PRENSA ASTURIANA Director: Isidoro Nicieza


Viernes17 de Noviembre de 2006

CUENCAS

Mariano «el fusiláu», superviviente del paredón

Foto
Mariano Rodríguez Fueyo, en su casa de La Felguera.


El langreano recibió siete disparos tras ser ajusticiado junto a otros cuatro milicianos, pero salvó la vida al quedar protegido bajo los cadáveres de sus compañeros

Si hubieran nacido unas décadas más tarde, la juventud de Mariano Rodríguez y Marino Fernández habría sido algo más apacible. Sin haber cumplido los 20 años, a estos dos langreanos les tocó lidiar con trincheras, fusiles y bombas de mano. En 1936, la guerra estaba al lado de casa y no había manera de sortearla. Fernández pudo librar la contienda civil sin salir herido, pero Mariano Rodríguez, conocido con el sobrenombre de «el fusiláu», no lo tuvo tan fácil. Este ex trabajador de Duro Felguera fue ajusticiado junto a otros cuatro milicianos en Soto de Luiña. La fortuna quiso que cayera bajo los cadáveres de sus compañeros y que los siete disparos que recibió se alojasen en sus piernas y en su cadera. «Tuve mucha suerte», resume sin alterarse.

Langreo,
Miguel Á. GUTIÉRREZ

«Tuve mucha suerte. Cuando empezaron a dispararnos estaba convencido de que no saldría vivo de aquella casa». El protagonista de tan estremecedor relato -un jubilado casi nonagenario natural de La Felguera- se llama Mariano Rodríguez Fueyo. Sin embargo, para sus amistades y para los habitantes de Soto de Luiña, en Cudillero, siempre será «el fusiláu». Rodríguez salvó la vida por puro azar, tras ser ajusticiado junto a otros cuatro milicianos por tropas nacionales, en agosto de 1936. Protegido bajo los cadáveres de sus compañeros y con siete balas en el cuerpo, este langreano permaneció inmóvil hasta que sus captores, creyéndole muerto, abandonaron el lugar de la ejecución. «No hay que darle vueltas. Fue cuestión de suerte», insiste «el fusiláu».

A Mariano Rodríguez, el levantamiento militar de julio le había sorprendido en su casa de La Felguera. Sólo cinco meses antes, se había alistado en la Marina para servir en el «Almirante Antequera». La estancia a bordo del destructor no se prolongó demasiado. «Dos o tres días antes del golpe, nos dieron permiso a los marineros asturianos. Imagino que los mandos ya estaban al corriente de lo que iba a pasar y querían librarse de nosotros», rememora.

Con 19 años recién cumplidos, este langreano no tuvo dudas sobre lo que debía hacer. «Me puse al lado de la República, que era la bandera que había jurado defender», explica. Rodríguez, marinero en tierra, se recicló como miliciano y fue destinado al frente occidental, para frenar el avance de las columnas gallegas que trataban de levantar el cerco a Oviedo.

Había pasado poco más de un mes y las escaramuzas de hostigamiento por parte de los dos bandos se sucedían sin pausa. En uno de esos enfrentamientos, Rodríguez y otros cuatro milicianos fueron acorralados en una casa por una treintena de soldados nacionales, que les forzaron a rendirse.
Rendición  Desde la casa, les condujeron a un chigre de aldea en San Cosme, cerca de Soto de Luiña. Era mediodía de un 31 de agosto de 1936. «Los cinco estábamos en círculo, unidos con cuerdas a la altura de los codos; también nos maniataron. Al principio, no pensé ni remotamente que nos fueran a ejecutar porque en nuestro bando también se habían hecho prisioneros y nunca les pasó nada», relata Mariano Rodríguez. La situación cambió súbitamente con la llegada de un oficial, que decretó un apresurado fusilamiento ante la presión del contraataque republicano. A partir de ahí, los recuerdos se tornan acelerados y confusos. Una orden seca, algunos gritos y una lluvia de disparos materializaron aquella ejecución improvisada.

Rodríguez recibió siete tiros. Dos de fusil y cinco de pistola, según atestiguan la propia víctima y las huellas de las heridas que, setenta años después, aún recorren sus piernas y su cadera. «Caí bajo mis compañeros y sólo me dieron del tronco para abajo, la parte que había quedado desprotegida. Los otros cuatro milicianos fusilados conmigo murieron; yo estaba convencido de que tampoco saldría vivo de allí».

Con siete balas en el cuerpo, desangrándose y casi sin poder respirar bajo el peso de sus compañeros, Rodríguez mantuvo la suficiente presencia de ánimo para quedarse inmóvil y hacerse el muerto. Poco después, los soldados nacionales se fueron, convencidos de que no había quedado nadie con vida. El miliciano langreano permaneció quieto un tiempo después de haber dejado de escuchar voces. A continuación, empezó a hacer esfuerzos para librarse de sus ataduras.
 

Combates intensos
Tras soltarse, Rodríguez aún tuvo que permanecer casi diez horas en la casa, exhausto, debido a la gran cantidad de sangre perdida: «Aquella casa era de ésas con la puerta partida y sólo había quedado abierta la parte de abajo. Desde allí veía los combates que se estaban librando fuera, así que no me decidía a salir». Los vecinos tampoco se atrevían a socorrerle. Bien entrada la noche, Rodríguez pudo abandonar su cautiverio y ganar las líneas republicanas gracias a la ayuda de los milicianos, que habían reconquistado el pueblo.

Después de pasar cinco meses hospitalizado reponiéndose de sus heridas, Rodríguez fue reclutado por Higinio Carrocera (también convaleciente) para ser enlace de su brigada. Ocupó ese puesto hasta que se desmoronó el frente asturiano, en octubre de 1937. Rodríguez pudo embarcar en el vapor «Llodio» con Carrocera para huir al exilio, pero su experiencia naval se lo desaconsejó. «Tenían muy pocas posibilidades de escapar porque el "Almirante Cervera" y otros navíos de guerra estaban al acecho, así que no me embarqué. No lo veía nada claro», explica Rodríguez. Su intuición no le falló. Horas después, el «Llodio» era apresado en el mar.
 

 

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