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Marino Fernández.
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Marino Fernández, de La Nueva, relata las
experiencias vividas durante su participación en la contienda
San Roque (Langreo),
Miguel Á. GUTIÉRREZ
«La Llaniza, Otero, Larca y El Andallón». Han pasado 70 años, pero
Marino Fernández Zapico aún recuerda con detalle los nombres de
algunas de las posiciones que configuraban el cerco a Oviedo, una
operación militar en la que tomó parte con tan sólo 18 años. Sin
embargo, la sorprendente memoria que despliega este vecino de la
población langreana de San Roque no es el rasgo más llamativo de
su personalidad. «Siempre he tenido mucho sentido del humor; en la
trinchera siempre les contaba chistes a los compañeros. Estaba en
medio de una guerra y parecía que andaba de fiesta», rememora.
Uno de los primeros recuerdos que este langreano tiene de la
guerra civil en Asturias procede del aire. «Estábamos en una campa
tomando el sol con unos amigos cuando aparecieron unos aviones.
Creíamos que iban a soltar bombas, pero lanzaron octavillas
incitando a la rendición». El aviso no hizo mella en Zapico, que
acudió a alistarse voluntario: «Fui al frente porque iba todo el
mundo, aunque no sabías lo que te encontrarías. Por aquel entonces
te hervía la sangre; ahora todavía "fierve", pero menos».
Zapico, militante del Partido Comunista, fue destinado a cercar
Oviedo. Allí se encontró con escenas impactantes: «Había uno al
que le había estallado una bomba de piña, de las que fabricaban en
Mieres; la cara se le caía a trozos, no podía ni hablar y aún así
seguía en primera línea. Gente así ya no se fabrica».
Este combatiente republicano también recuerda la impresión que le
causó el armamento que se encontró en el frente: «Había de todo.
Balas que no perforaban ni un colchón y unos cartuchos franceses
grandes como puños que atravesaban una pared. También recuerdo un
cañón que yo llamaba el "Chispún" porque no te daba tiempo ni a
refugiarte; oías salir el obús y ya lo tenías encima».
Zapico tampoco ha olvidado las carencias padecidas durante el
tiempo que duró la contienda. «Por lo general se comía bien, salvo
que quedaras cercado; entonces sí que se pasaba hambre. Yo no me
puedo quejar porque en las primeras semanas del cerco mi madre se
acercaba a Llanera a traerme alguna que otra boroña», explica este
langreano.
Cuando las «columnas gallegas» rompieron el cerco a Oviedo y el
frente nororiental comenzó a tambalearse, Zapico fue trasladado a
Cantabria. Con la caída de Santander, en agosto de 1937, formó
parte del repliegue hacia Asturias. «Cerca de Covadonga les decía
a los compañeros que frenaríamos a los fascistas como Pelayo, a
peñazos si hacía falta. Al final hubo que salir de allí a escape»,
rememora este langreano sin perder el sentido del humor.
Zapico cree que la falta de coordinación en el bando republicano
fue uno de los factores determinantes que contribuyeron a dar la
victoria al bando nacional: «Había voluntad, pero faltaba
organización. Fue una cuestión de "ferramienta"; ellos tenían
carros de combate y nosotros carros del país».
Marino Fernández Zapico regresó definitivamente a su casa en 1942,
ocho años después de haberse ido. Antes estuvo encarcelado tras
ser delatado por sus vecinos. Al echar la vista atrás, con 89 años
a la espalda, este minero retirado habla sin rencor y con el poso
reflexivo que otorga el paso del tiempo. Tampoco renuncia a
exhibir un merecido orgullo de superviviente. «Ni Franco pudo
conmigo», sentencia a modo de victorioso epílogo. No le falta algo
de razón. Las bombas de piña, las balas que pasaron de largo y los
ecos del «Chispún» están ahí para dar fe de ello.
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