José Gállego Aragüés,
teniente coronel de Infantería al servicio del Gobierno legal de
España, ante el consejo de guerra dice: En la lucha armada y más
cuando tiene el carácter de guerra civil los adversarios usan entre
los medios de agresión el del lenguaje. Nacen voces o frases,
generalmente con el carácter de adjetivos, que cobran fácil y rápida
circulación entre la multitud y los usa lanzándolos en intención al
contrario cargados con un acento de maldición. Así, en los vuestros
la palabra «rojos» evoca un cuadro tenebroso en el que van revueltas
escenas de asesinatos, saqueos, violaciones e incendios. No está en
ello mi sorpresa sino que nace y se detiene al ver estampada o
impresa la palabra en los folios del sumario. Y me he preguntado:
¿entrará cargada con este lastre de maldad en el severo campo de la
justicia? Es decir, cuando el señor juez, el señor fiscal usan la
palabra rojo emplean una abreviatura que expresa el concepto «un
comunista», «un sindicalista», «un socialista» que, en tanto no
demuestre lo contrario, debe estimársele complicado en este grupo de
crímenes.
Es el caso que yo no he pertenecido jamás a ninguna agrupación
sindical ni política; no he sido partícipe de agrupación alguna
encaminada a dicho fin, y mis relaciones con la política datan
exactamente del 19 de julio de 1936. Claro es que en la medida de
mis alcances he puesto freno a cualquier brutalidad estúpida de las
que en la guerra se producen. Pero he estado al servicio de los
titulados rojos, y la justicia para serlo habrá de tomarse en la
porción de color ajena a esos significados y que tiene unos límites
reducidos y muy concretos.
DE PERMISO EN GIJÓN
Como consta en el
sumario llevaba yo dos o tres días en Gijón, disfrutando el permiso
del verano cuando se produjeron los sucesos de julio; con motivo de
ellos, quedé a las órdenes de la autoridad que estimaba legítima en
aquellos momentos, el alcalde de la localidad, y por el cordón
umbilical del deber ligado a una situación, la de adversario
vuestro. No ignoro ahora, no ignoraba entonces, que con esa postura
quedaba atado a más que a la faena de oposición a vuestros
designios. Tenía la convicción de que con vuestro acto se entraba de
lleno en una página inédita de la historia de España. Habíais
abierto de par en par las puertas a un nuevo sistema
económico-político-social para esas masas proletarias que teníais
enfrente, y me prometí fidelidad para servir esa redención en la
parte justa de sus afanes.
LEALTAD, NO TRAICIÓN
Volviendo al
lenguaje de guerra en sentido diametralmente opuesto al anterior,
los beligerantes emplean para su empeño adjetivos que integran el
mayor número posible de voluntades. Denomináis el vuestro la «causa
nacional» y también ha entrado la frase en los dominios de la
justicia. En el sumario se me interrogó para que manifestara cuáles
ayudas había prestado a la misma; y al pedir aclaraciones al señor
juez sobre el significado de la frase e implicar «servicios o
auxilios al adversario encaminados a favorecer éxitos suyos»
manifesté «ninguno». Ninguno, porque en estimativa para mi conducta,
la lealtad es de rango muy superior a la traición e indagando de
traiciones llegaba la pregunta.
ESPAÑA, ANTE TODO
Pero si la
frase la abultamos hasta que tome su recto sentido e inquirimos con
ella en cual medida tuvimos en el pensamiento España, la Nación, las
preocupaciones que pusimos en su patrimonio, los afanes que nos
merecieron las personas por fuera de sus ideologías, responderé muy
distinto. Digo que España no se ha apartado un momento de mi juicio,
y en los menesteres de cuidar bienes y personas he gastado todo la
mía hasta verla arrinconada como sospechosa de traición; todo ello
seguro de servir con mejor eficacia la propia causa y nunca con la
intención de prestaros un servicio. Otra pregunta del sumario
inquiere se concrete la calidad de los servicios rendidos; si de
armas, oficinas, etcétera..., al parecer concediendo primas de
ventaja a quien los haya prestado más precarios. Me permito hacer
notar que por esta ruta es fácil confundir la incapacidad o pobreza
personal con la ponderación auténtica de las responsabilidades que
en el fondo decís perseguir. La calidad de traidor o la impotencia
para hacer son previas y más profundas que las ideologías. Son
cualidades encapsuladas en la idiosincrasia del individuo y con
ellas aflorará en el oficio, en la amistad o en la política.
Hay que preguntar a cada uno: la faena que te tocó ¿cómo la
realizaste? De mí sé deciros, cuando a lo precario le aguarda un
criterio más generoso, que he pasado mucho dolor en soledad, porque
al verme tal cual soy, había de confesarme «me faltan luces, me
faltan fuerzas para enfilar a puerto seguro y llevar la carga que
las circunstancias han puesto sobre mis hombros». Ojalá en ambos
beligerantes hubiera unas docenas de hombres más que capaces de
promover y encauzar las generosidades que el alma nacional puede
manar, enjaulando a la vez cuanto manifiesta de brutal y
sanguinaria.
¿COMUNISTA O FASCISTA?
Os he detenido acaso
demasiado en estas reflexiones, para mí muy entrañables, pues por
este entender he sido zarandeado por el destino de los demás, con
exceso a cuanto imaginéis. Fiel a esta conducta, para muchos de los
que militan en vuestro campo yo tengo rasgos comunistoides y para
algunos del propio soy un fascista disfrazado con gorro frigio. Todo
depende del signo de los sucesos que haya en la escena.
Por suerte o por desgracia, como profesional ha opinado y actuado en
mando de tropas en casi todos los sucesos que se han producido en
estos últimos años: caso de Galán, instauración de la República,
sucesos de agosto, octubre y los actuales. Los revolucionarios de
cada hora me entendían como parcial en su contra. Los eventualmente
afines, «sospechoso», pues carecía de aptitudes para seguirlos en el
camino que estimaba de pasiones y resentimientos. Expresión del
significado de esta conducta a través de los años es no haber
logrado aún lo que tantísimos otros; algunos de los que os acompañan
desde el comienzo de los sucesos, más de los que os han prestado
aquellos servicios o auxilios a que hace referencia la requisitoria
del sumario; ver reconocida en el diario oficial la lealtad de mis
servicios a la República. Y conste que se los he prestado con toda
generosidad y devoción, sin ninguna clase de reservas. No quiero que
podáis imaginar en la expresión anterior un propósito de envolver mi
conducta en nebulosidades, atisbando atenuantes en estos momentos.
He sido íntegramente leal a su significado.
¿REBELIÓN?
Renuncio a
entrar en si el señor juez y el señor fiscal han estado acertados al
imputarme el delito de rebelión. No podemos imaginar al hombre
disputando sobre sus derechos de ciudadanía solitario en el
desierto; los ventila en relaciones de comunidad con sus semejantes.
El campo donde se ventila la categoría de Estado es el
internacional. y en él, el 19 de julio de 1936 el español no tenía
sino una representación: la de los poderes de la República a los que
he tributado toda fidelidad.
Rebelión ¿contra cuál compromiso adquirido voluntariamente o por
imperio de la ley? Rebelión ¿cuál enlace imprescindible podéis
hablar en mi conducta que una el 18 de julio y el 19? ¿De cuál
brizna de conspiración para llegar a ese acto podéis acusarme? Es un
delito que creáis por la fuerza y sobre toda razón. Termino. En la
extensión del áspero y lurdo cañamazo que forma la existencia
cotidiana del hombre corriente (la mía es de ese estilo) se
entrecruzan hebras de oro, símbolo o expresión de esperanzas
ardientes, y alegrías más o menos maduras de carácter particular y
personal. Sobre él, figuras más delicadas, más valiosas, hay las que
bordó el deber profesional en horas macizas vividas a pleno pulmón,
imantadas todas las energías hacia fines ajenos a uno mismo, la
Patria, el Ejército, la sociedad, y salidas de ese cáliz que en las
entrañas de cada ser guarda lo mejor de los sentimientos y lo más
elevado de las ideas.
LA LEY DE BRENO
En los momentos actuales,
en este instante tajante que amenaza cortar el hilo de mi
existencia, en lo íntimo no falta ese juicio insobornable que me
dice «cualesquiera que sean los sucesos adversarios o favorables que
te tomen, recíbelos en la seguridad de que tus actos y tus palabras
a lo largo de esta terrible tragedia española no desmerecen de los
más acendrados que en horas pretéritas pusiste al servicio de tu
Patria. Y es este sentimiento, señores del consejo, el que me
autoriza para rogaros, aunque en este caso particular hagáis
excepción, que os apartéis para juzgar de esa bronca ley de Breno,
por la que el vencedor no tiene por qué reconocer una brizna de
derecho en el vencido, y más altos, pensando en la España de mañana,
que o no será o los vencedores habrán de llamar a comunión a los
vencidos; y en la de hoy, exangüe en sí misma, peón que adelantan
diferentes naciones de Europa en la partida internacional y a favor
de sus propios intereses y circulando en el mundo como el símbolo de
los instintos brutales del hombre en rienda suelta, hagáis de la
justicia hacienda aparte cuyas bordas no puedan alcanzar esos
mastines de auténtica sangre española: el resentimiento, la venganza
y la envidia.
VERDUGOS O VÍCTIMAS
Esta vida, tan en el aire, diérala gustoso sin reserva alguna, por aventar del cielo español
esa a manera de sentencia bíblica que parece pesar sobre el signo de
sus hombres; condenados a vivir a lo largo de la historia como
cainitas y abelianos: hoy de verdugos, mañana de víctimas.
Obligado a comparecer ante este tribunal de un delito y unas
agravantes culpable, mi ser íntegro responde: «En la conciencia no
cruza la más leve sombra de esa responsabilidad; yo no soy ése». Me
siento como un combatiente que, rezumando devoción a España, ha sido
vencido y, por azares de la lucha, es prisionero de guerra en
vuestras manos. De entrambos hombres tomad el auténtico y, desde el
fondo moral insobornable vuestro, dictad sentencia.
Santander, 17 de noviembre de 1937.
(*) Este texto corresponde a la
defensa que el teniente coronel José Gállego Aragüés realizó ante el
tribunal militar que le condenó a muerte.
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