DIARIO INDEPENDIENTE DE ASTURIAS

ASTURIAS, 01/12/2002

Mi vida, por una España sin cainismo

Declaración ante el consejo de guerra de José Gállego, ex comandante militar de Gijón que fue fusilado tras fracasar su canje por el obispo de Teruel
 
José Gállego Aragüés, teniente coronel de Infantería al servicio del Gobierno legal de España, ante el consejo de guerra dice: En la lucha armada y más cuando tiene el carácter de guerra civil los adversarios usan entre los medios de agresión el del lenguaje. Nacen voces o frases, generalmente con el carácter de adjetivos, que cobran fácil y rápida circulación entre la multitud y los usa lanzándolos en intención al contrario cargados con un acento de maldición. Así, en los vuestros la palabra «rojos» evoca un cuadro tenebroso en el que van revueltas escenas de asesinatos, saqueos, violaciones e incendios. No está en ello mi sorpresa sino que nace y se detiene al ver estampada o impresa la palabra en los folios del sumario. Y me he preguntado: ¿entrará cargada con este lastre de maldad en el severo campo de la justicia? Es decir, cuando el señor juez, el señor fiscal usan la palabra rojo emplean una abreviatura que expresa el concepto «un comunista», «un sindicalista», «un socialista» que, en tanto no demuestre lo contrario, debe estimársele complicado en este grupo de crímenes.

Es el caso que yo no he pertenecido jamás a ninguna agrupación sindical ni política; no he sido partícipe de agrupación alguna encaminada a dicho fin, y mis relaciones con la política datan exactamente del 19 de julio de 1936. Claro es que en la medida de mis alcances he puesto freno a cualquier brutalidad estúpida de las que en la guerra se producen. Pero he estado al servicio de los titulados rojos, y la justicia para serlo habrá de tomarse en la porción de color ajena a esos significados y que tiene unos límites reducidos y muy concretos.

DE PERMISO EN GIJÓN

Como consta en el sumario llevaba yo dos o tres días en Gijón, disfrutando el permiso del verano cuando se produjeron los sucesos de julio; con motivo de ellos, quedé a las órdenes de la autoridad que estimaba legítima en aquellos momentos, el alcalde de la localidad, y por el cordón umbilical del deber ligado a una situación, la de adversario vuestro. No ignoro ahora, no ignoraba entonces, que con esa postura quedaba atado a más que a la faena de oposición a vuestros designios. Tenía la convicción de que con vuestro acto se entraba de lleno en una página inédita de la historia de España. Habíais abierto de par en par las puertas a un nuevo sistema económico-político-social para esas masas proletarias que teníais enfrente, y me prometí fidelidad para servir esa redención en la parte justa de sus afanes.

LEALTAD, NO TRAICIÓN

Volviendo al lenguaje de guerra en sentido diametralmente opuesto al anterior, los beligerantes emplean para su empeño adjetivos que integran el mayor número posible de voluntades. Denomináis el vuestro la «causa nacional» y también ha entrado la frase en los dominios de la justicia. En el sumario se me interrogó para que manifestara cuáles ayudas había prestado a la misma; y al pedir aclaraciones al señor juez sobre el significado de la frase e implicar «servicios o auxilios al adversario encaminados a favorecer éxitos suyos» manifesté «ninguno». Ninguno, porque en estimativa para mi conducta, la lealtad es de rango muy superior a la traición e indagando de traiciones llegaba la pregunta.

ESPAÑA, ANTE TODO

Pero si la frase la abultamos hasta que tome su recto sentido e inquirimos con ella en cual medida tuvimos en el pensamiento España, la Nación, las preocupaciones que pusimos en su patrimonio, los afanes que nos merecieron las personas por fuera de sus ideologías, responderé muy distinto. Digo que España no se ha apartado un momento de mi juicio, y en los menesteres de cuidar bienes y personas he gastado todo la mía hasta verla arrinconada como sospechosa de traición; todo ello seguro de servir con mejor eficacia la propia causa y nunca con la intención de prestaros un servicio. Otra pregunta del sumario inquiere se concrete la calidad de los servicios rendidos; si de armas, oficinas, etcétera..., al parecer concediendo primas de ventaja a quien los haya prestado más precarios. Me permito hacer notar que por esta ruta es fácil confundir la incapacidad o pobreza personal con la ponderación auténtica de las responsabilidades que en el fondo decís perseguir. La calidad de traidor o la impotencia para hacer son previas y más profundas que las ideologías. Son cualidades encapsuladas en la idiosincrasia del individuo y con ellas aflorará en el oficio, en la amistad o en la política.

Hay que preguntar a cada uno: la faena que te tocó ¿cómo la realizaste? De mí sé deciros, cuando a lo precario le aguarda un criterio más generoso, que he pasado mucho dolor en soledad, porque al verme tal cual soy, había de confesarme «me faltan luces, me faltan fuerzas para enfilar a puerto seguro y llevar la carga que las circunstancias han puesto sobre mis hombros». Ojalá en ambos beligerantes hubiera unas docenas de hombres más que capaces de promover y encauzar las generosidades que el alma nacional puede manar, enjaulando a la vez cuanto manifiesta de brutal y sanguinaria.

¿COMUNISTA O FASCISTA?

Os he detenido acaso demasiado en estas reflexiones, para mí muy entrañables, pues por este entender he sido zarandeado por el destino de los demás, con exceso a cuanto imaginéis. Fiel a esta conducta, para muchos de los que militan en vuestro campo yo tengo rasgos comunistoides y para algunos del propio soy un fascista disfrazado con gorro frigio. Todo depende del signo de los sucesos que haya en la escena.

Por suerte o por desgracia, como profesional ha opinado y actuado en mando de tropas en casi todos los sucesos que se han producido en estos últimos años: caso de Galán, instauración de la República, sucesos de agosto, octubre y los actuales. Los revolucionarios de cada hora me entendían como parcial en su contra. Los eventualmente afines, «sospechoso», pues carecía de aptitudes para seguirlos en el camino que estimaba de pasiones y resentimientos. Expresión del significado de esta conducta a través de los años es no haber logrado aún lo que tantísimos otros; algunos de los que os acompañan desde el comienzo de los sucesos, más de los que os han prestado aquellos servicios o auxilios a que hace referencia la requisitoria del sumario; ver reconocida en el diario oficial la lealtad de mis servicios a la República. Y conste que se los he prestado con toda generosidad y devoción, sin ninguna clase de reservas. No quiero que podáis imaginar en la expresión anterior un propósito de envolver mi conducta en nebulosidades, atisbando atenuantes en estos momentos. He sido íntegramente leal a su significado.

¿REBELIÓN?

Renuncio a entrar en si el señor juez y el señor fiscal han estado acertados al imputarme el delito de rebelión. No podemos imaginar al hombre disputando sobre sus derechos de ciudadanía solitario en el desierto; los ventila en relaciones de comunidad con sus semejantes.

El campo donde se ventila la categoría de Estado es el internacional. y en él, el 19 de julio de 1936 el español no tenía sino una representación: la de los poderes de la República a los que he tributado toda fidelidad. Rebelión ¿contra cuál compromiso adquirido voluntariamente o por imperio de la ley? Rebelión ¿cuál enlace imprescindible podéis hablar en mi conducta que una el 18 de julio y el 19? ¿De cuál brizna de conspiración para llegar a ese acto podéis acusarme? Es un delito que creáis por la fuerza y sobre toda razón. Termino. En la extensión del áspero y lurdo cañamazo que forma la existencia cotidiana del hombre corriente (la mía es de ese estilo) se entrecruzan hebras de oro, símbolo o expresión de esperanzas ardientes, y alegrías más o menos maduras de carácter particular y personal. Sobre él, figuras más delicadas, más valiosas, hay las que bordó el deber profesional en horas macizas vividas a pleno pulmón, imantadas todas las energías hacia fines ajenos a uno mismo, la Patria, el Ejército, la sociedad, y salidas de ese cáliz que en las entrañas de cada ser guarda lo mejor de los sentimientos y lo más elevado de las ideas.

LA LEY DE BRENO

En los momentos actuales, en este instante tajante que amenaza cortar el hilo de mi existencia, en lo íntimo no falta ese juicio insobornable que me dice «cualesquiera que sean los sucesos adversarios o favorables que te tomen, recíbelos en la seguridad de que tus actos y tus palabras a lo largo de esta terrible tragedia española no desmerecen de los más acendrados que en horas pretéritas pusiste al servicio de tu Patria. Y es este sentimiento, señores del consejo, el que me autoriza para rogaros, aunque en este caso particular hagáis excepción, que os apartéis para juzgar de esa bronca ley de Breno, por la que el vencedor no tiene por qué reconocer una brizna de derecho en el vencido, y más altos, pensando en la España de mañana, que o no será o los vencedores habrán de llamar a comunión a los vencidos; y en la de hoy, exangüe en sí misma, peón que adelantan diferentes naciones de Europa en la partida internacional y a favor de sus propios intereses y circulando en el mundo como el símbolo de los instintos brutales del hombre en rienda suelta, hagáis de la justicia hacienda aparte cuyas bordas no puedan alcanzar esos mastines de auténtica sangre española: el resentimiento, la venganza y la envidia.

VERDUGOS O VÍCTIMAS

Esta vida, tan en el aire, diérala gustoso sin reserva alguna, por aventar del cielo español esa a manera de sentencia bíblica que parece pesar sobre el signo de sus hombres; condenados a vivir a lo largo de la historia como cainitas y abelianos: hoy de verdugos, mañana de víctimas.

Obligado a comparecer ante este tribunal de un delito y unas agravantes culpable, mi ser íntegro responde: «En la conciencia no cruza la más leve sombra de esa responsabilidad; yo no soy ése». Me siento como un combatiente que, rezumando devoción a España, ha sido vencido y, por azares de la lucha, es prisionero de guerra en vuestras manos. De entrambos hombres tomad el auténtico y, desde el fondo moral insobornable vuestro, dictad sentencia.

Santander, 17 de noviembre de 1937.


 (*) Este texto corresponde a la defensa que el teniente coronel José Gállego Aragüés realizó ante el tribunal militar que le condenó a muerte.


 
INDICE