DIARIO INDEPENDIENTE DE ASTURIAS

 

ASTURIAS, 10/08/2002

OPINION
Atados

Cada vez que se escribe en Asturias algo sobre la guerra civil se produce una historia interminable de réplicas y contrarréplicas; como en los números irracionales, cuyas series son siempre diferentes e inacabables, las polémicas sobre nuestra gran contienda interna no tienen más final que el aburrimiento de los discrepantes o, en su caso, del redactor jefe del medio informativo correspondiente. Anteriormente, tuvimos otras historias interminables: sobre si Riego había sido un héroe o un lunático, sobre cuántos carlistas hubo en Asturias, sobre el origen de los vaqueiros, sobre cuántos bables, dioses y quesos hay, sobre la fecha de nuestra fiesta autonómica, sobre el origen del lenguaje, etcétera. Cada una de estas historias interminables se resolvió de una manera: los grandes historiadores del siglo XIX, y especialmente Gil Novales, dejaron establecido el altísimo rango moral del general de Tuña; los carlistas del siglo XIX menguaron sensiblemente, tras el fallecimiento de su gran defensor, Jesús Evaristo Casariego; el origen de los vaqueiros entró en una vía de verosimilitud desde que el malogrado José Manuel González, «Piedrina», llamó la atención de la similitud entre la forma de vida de los vaqueiros y la de los antiguos paésicos; los dos problemas siguientes se resolvieron de un modo similar, hay un bable con tres grandes variantes, y sobran los dedos de las manos para contar los buenos quesos artesanales asturianos. Sobre la fiesta regional decidieron los centros asturianos. Y, en fin, el problema del origen del lenguaje es objeto ­como Ceuta y Melilla, de los moros y españoles­ de las tenaces reivindicaciones de casi dos civilizaciones distintas: de los innatistas, partidarios de la gramática generativo-transformacional, y de los viejos estructuralistas, defensores a ultranza de la convencionalidad. ¿Por qué tenemos este belén interminable con la historia de nuestra guerra civil? Seguramente, por muchas causas: su crueldad, su relativa proximidad en el tiempo... Pero yo quisiera subrayar, especialmente, una: la política que se sigue con los archivos de la guerra civil, del 34 y de la posguerra, que dificulta, más que favorece, el trabajo de nuestros investigadores. Así, por ejemplo, la documentación que se custodiaba en el Gobierno Militar de Asturias ha ido a parar al Ferrol, donde aún permanece sin ordenar ni clasificar debidamente. ¿A quién le cabe en la cabeza que un investigador asturiano tenga que pedir mil permisos y desplazarse a la ciudad departamental para consultar un parte de la guardia civil de Infiesto, sobre un encuentro con un grupo de maquis, en la posguerra? Es indudable que hay documentos que, por su interés general, deben permanecer en el Archivo de Salamanca de la guerra civil; pero no es menos cierto que hay otros muchos documentos, de interés comarcal o local, cuya ubicación adecuada son los archivos históricos de cada autonomía, máxime teniendo en cuenta que, en no pocos casos, fueron requisados violentamente de domicilios particulares.

La realidad suele ser ­como señalan eminentes filósofos­ plural, y los afanes reduccionistas y unificadores encubre, con frecuencia, posiciones contrarias a la igualdad y a la competencia. Casi todo el mundo está de acuerdo en que no es bueno que haya un solo partido político, ni un sindicato único, ni un solo amo. Probablemente, tampoco es bueno que tenga que haber un solo archivo o un museo único. ¿Es mejor que todos los documentos estén en Salamanca, o en Ferrol? Mire, según y cómo: los habrá que sí, y los habrá que no. Aunque el obispo de Burgo de Osma clamaba en el Concilio Vaticano II «¡qué mejor que un solo rebaño y un solo pastor!», parece preferible que distintos pastores y rebaños convivan pacíficamente, sin aspirar al exterminio mutuo. Hasta en el fútbol, cuando alguien propone la fusión de dos equipos suele olvidar que lo único seguro es, por lo pronto, la desaparición de quince o veinte puestos de futbolista. Que el nuevo equipo resulte con una potencia mayor está por ver: unas veces, sí, y otras, no. No es seguro que la fusión del Avilés y el Ensidesa, o la del Círculo Popular y el Langreano hayan sido beneficiosas.

En la historia del pensamiento, suelen oponerse los monistas y los pluralistas. Desconfiemos especialmente de los primeros. ¿Por qué no reclamar que los documentos de interés regional y local se queden, debidamente cuidados, en los ámbitos correspondientes? ¿Por qué tenemos que deteriorar el equilibrio ecológico, consumiendo pasta de papel interminablemente, en el interminable debate sobre la guerra, la posguerra, porque los documentos que podrían hacer finita la discusión están atados, y bien atados, en el Ferrol, antes del Caudillo.

Manuel Campa

 

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