EDITORIAL PRENSA ASTURIANA
Director: Isidoro Nicieza
14 de Abril de 2003
Por la
Tercera República
Gabriel Santullano / L. A.
Argüelles-Meres / M. Herrero Montoto / Plácido M. Arango / J. M.
Palacio
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El 14 de
abril de 2003 no es un día para la nostalgia de un puñado de
trasnochados que depositan flores tricolores en las bodegas de
su memoria. Antes al contrario, es un punto de partida imbricado
en el presente y con vocación de futuro. Que alguien eche un
vistazo a las manifestaciones callejeras de los últimos meses y
que compruebe cómo las banderas republicanas viajan en esos
brazos indignados ante todo lo que está sucediendo. La calle,
«la España real», por utilizar una vieja expresión más vigente
que nunca, no hace suya la bandera oficial del actual Estado
monárquico, la que pasea es la tricolor. Para las dudas al
respecto, remitimos a las fotografías de los periódicos y a las
imágenes televisivas.
Los que firmamos este escrito en el 14 de abril de 2003 somos
ciudadanos a quienes la vida pública no nos resulta ajena. Y
proclamamos nuestra firme convicción de que es hora de
reivindicar la llegada de la Tercera República. Nos enseña la
historia que, por mucho que, desde instancias oficiales y
oficiosas, incluidas las de algunos partidos de izquierda en sus
siglas, no lo quieran ver, estamos en un fin de ciclo. El
bipartidismo que consagra el sistema electoral presente recuerda
cada vez más a aquella Restauración que se inició el 1 de
diciembre de 1874, cuando el entonces príncipe Alfonso, hijo de
la valleinclanesca corte de los milagros, escribió un manifiesto
a la nación. Cánovas le había hecho firmar a Alfonso XII el
llamado «Manifiesto de Sandhurst». El 29 de diciembre de 1874,
desde Sagunto, el general Martínez Campos proclamó a Alfonso XII
como nuevo rey de España. Nació entonces lo que Ortega
denominaría años más tarde «la Monarquía de Sagunto».
Por la dignificación de la vida pública, por el anhelo
democrático de que la Jefatura del Estado no sea una cuestión
genética, por el deseo de vivir en un país donde la bandera
oficial sea algo más que el estandarte de estancos y de
cuarteles, por las asignaturas pendientes que siguen sin
resolver desde hace 130 años cuando se proclamó la Primera
República; es decir, por la existencia de un verdadero Estado
laico, de un federalismo con sitio para todos y de una enseñanza
pública que en verdad cuente con la protección del Estado (sin
dejar de lado cambios sociales profundos que no se llevaron a
cabo en la etapa socialista) reivindicamos, desde este presente
lleno de indignación y de indignidades, no sólo nuestro
republicanismo personal, sino también el debate sobre algo que
hasta hoy mismo ha sido un tabú en la vida pública por esos
pactos tácitos que nunca se declaran del todo pero que se
perciben sin necesidad de demasiado esfuerzo reflexivo.
Porque aquí está fallando algo más que la actuación de un
Gobierno que va cada vez más a la deriva. Aquí lo que naufraga
es un sistema que, por mucho que se quiera negar, nació
instalado en la provisionalidad de una transición en la que se
transigió por parte de los poderes de entonces sólo lo
imprescindible, y donde quedó intacta la cuestión de la forma de
Estado, dado que la Monarquía era algo intocable, algo
innegociable para aquello que entonces se llamaban «poderes
fácticos».
Podría argüirse, como muchas veces hemos leído y oído, que la
actual Monarquía quedó legitimada por el referéndum de 1978. En
dicha argumentación falla un principio básico: los españoles no
tuvimos ocasión de pronunciarnos acerca de si era nuestra
voluntad aceptar una forma de Estado monárquica, en cuya
jefatura estaba la persona designada por el general Franco, o
si, en cambio, se optaba por la forma de Estado republicana, que
los ciudadanos de este país habían decidido darse a sí mismos en
la última ocasión en que se les había concedido la oportunidad
de pronunciarse al respecto.
En todo caso, nuestra reivindicación republicana no viene dada
solamente por los reparos históricos y formales que podemos
oponer a la legitimidad democrática del actual Estado, sino
también por la consciencia que da la mera observación de los
hechos.
La llamada memoria histórica (por mucho que la expresión
provoque sarpullidos en algunos cuyo trayectoria sería, en el
mejor de los casos, errática) inicia su andadura y pone al
descubierto las heridas cerradas en falso en la transición. En
los últimos meses, con la sociedad indignada en las calles, tras
la catástrofe del «Prestige», durante el transcurso de esta
avanzada guerra de Irak, hay un clamor en la sociedad española
fácilmente perceptible en pro de un nuevo ciclo, que debe
iniciarse con un profundo debate cívico acerca de la forma de
Estado, y que corrija las deficiencias de un sistema político
bipartidista donde la corrupción señorea. «Un pueblo en marcha»,
escribió Azaña en 1924, «gobernado con un buen discurso, se me
representa de este modo: una herencia histórica corregida por la
razón».
El actual estado de cosas en Asturias y en España revela la
necesidad de debates como éste, por encima de servilismos,
miedos y medias tintas. Y, en lo que a nosotros se refiere, el
14 de abril es un día no sólo para rendir homenaje a la herencia
del republicanismo español, sino también y, sobre todo, para
tomarlo como punto de partida de una nueva andadura en cuyo
horizonte está una Tercera República cuyo advenimiento, al igual
que la calle, anhelamos. Quienes portan las banderas tricolores
en las calles son personajes pirandellianos que buscan autor. Lo
preocupante es que haya formaciones políticas de izquierda, al
menos en sus siglas, que estén varios pasos por detrás de ese
bullir que, guste o no, preocupe o no, terminará por
arrollarlos.
14 de abril de 2003, jornada para el futuro, para el
advenimiento de la Tercera República. Un presente cargado de
futuro.
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