Uno de los gijoneses
que vivió con mayor intensidad las horas previas a la
proclamación, por estos días de abril de 1931, de la II
República española, fue, a más de los ya conocidos abogados, don
Dionisio Morán o don Mariano Martínez, nuestro convecino el
doctor
Carlos Martínez,
nacido en Ambás en 1899, criado en Avilés y después de sus
estudios en Madrid, médico en nuestra villa.
Don Carlos Martínez, republicano desde primera hora, interno en
la residencia de estudiantes de Madrid, viajero impenitente y
sabio soltero de por vida, participó en septiembre de 1930 con
otros asturianos, entre ellos don Álvaro de Maldonado y los
gijoneses don José María Friera y don Honesto Suárez, en la
fundación del Partido Radical Socialista.
Se trasladó definitivamente don Carlos a Gijón para ejercer su
profesión en el verano de 1927, instalándose en la casa que en
la calle Covadonga había construido su amigo el rico indiano don
Valentín Álvarez. Desde el primer instante, participó don Carlos
activamente en la vida social y política de nuestro pueblo, como
primero lo habían hecho los también médicos de origen avilesino,
don Eladio Carreño y don Octavio Bellmunt.
Muy cerca de su casa, en el Ateneo Casino Obrero, foco casi
único de la cultura local y el primero de los ateneos de
Asturias, donde por dos veces fue directivo, encontró don Carlos
ambiente propicio al desarrollo de sus inquietudes sociales,
literarias y políticas.
En el correr de los acontecimientos nacionales, agostado por sus
yerros el régimen monárquico, descompuestos e ineficaces los
partidos políticos que lo sirvieron, incluido el de don
Melquíades Álvarez, especie de moscón zumbando alrededor de la
lámpara dinástica, reconoce don Carlos en sus memorias que la
propaganda republicana se hizo fácil de cara a las elecciones
municipales que el almirante Aznar había convocado para el
domingo, 12 de abril, creyendo el marino, equivocadamente como
se vio aquel mismo día, que sustituyendo las políticas a
diputados por las supuestas «administrativas» locales, la
institución monárquica no correría peligro alguno, sin calcular,
como veremos nosotros el domingo, 25 de mayo, que en momentos de
gran inquietud política cualquier elección, sean locales,
autonómicas o generales, se convierte en prueba de pureza de
sangre democrática.
El entusiasmo republicano de los primeros meses de 1931 lo
compartió el doctor Martínez con sus compañeros de partido, con
sus amigos de los partidos de izquierdas, y también con los
republicanos de derechas, «mauristas», de los que era paladín el
gijonés don Julián Ayesta, padre del Ayesta, diplomático y
escritor, que tantos reconocimientos viene cosechando «post
mortem» por sus escasas cien páginas, donde con la hermosísima
simplicidad de una inspirada prosa poética, sublima la esencia,
entre señoritil y deportiva, del «sprit» juvenil del Somió, de
bicicleta y tranvía, de la belle epoque.
El 14 de abril, cuando ya el triunfo de la coalición
republicano-socialista era evidente en todas las capitales y
grandes ciudades, excepto Lugo, Vitoria, Pamplona, Burgos, Ávila
y Palma de Mallorca, a media mañana se celebró en el teatro
Jovellanos una asamblea de los concejales electos y se
constituyó un llamado comité revolucionario, cuya misión, muy
poco revolucionaria, sería la de garantizar la normalidad del
cambio de régimen salido de las urnas. Para la presidencia del
comité fue designado don Carlos, aunque no había sido candidato,
y la secretaría se confió a don José María Friera.
A las tres de la tarde de aquel 14, recuerda don Carlos en su
«Al final del sendero», presidente y secretario del comité se
encaminaron al Ayuntamiento. Allí aguardaron los
acontecimientos, sentados en el salón de sesiones. Por fin,
sobre las seis de la tarde, más o menos a la misma hora en que
los señores Azaña y Maura saltaban de un taxi en la Puerta del
Sol para tomar los dos solos el Ministerio de la Gobernación y
proclamar la II República española, nuestros Martínez y Friera
recibían la Alcaldía de manos del carlista don Rufino Menéndez,
por ausencia de su titular don Claudio Vereterra, representado
el traspaso de la institución por el bastón de mando que don
Rufino entregó a don Carlos, de la misma forma que don Miguel
Maura recibió el Ministerio de la Gobernación de manos del
subsecretario don Mariano Marfil por ausencia de su titular, el
marqués de Hoyos.
Don Carlos Martínez, elegante y educado siempre, acompañó al
carlista Menéndez hasta el soportal de la Casa Consistorial, un
poco más allá del lugar donde el joven ingeniero, señor Santos,
concejal y, por lo visto, todavía candidato del PP cuando esto
escribo, se deshonró deponiendo verbalmente sobre el indefenso
nombre de la democracia. Mientras, don Miguel Maura, más hecho
al mando, aunque solo fuera por hijo del poderoso don Antonio,
se limitó a ordenar al pobre Marfil, que quedó más frío que la
materia de su apellido, «Auséntese inmediatamente».
De esta tan fácil y pacífica manera pudo izarse la bandera
tricolor en el Ayuntamiento de nuestra villa y en el Ministerio
de la Gobernación en la plaza del Sol madrileña. En las dos
plazas, la ciudadanía aclamaron el cambio. La conspiración para
arruinarlos comenzaría inmediatamenteÉ casi sin esperar a la
noche.
Francisco Prendes Quirós es abogado.
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