EDITORIAL PRENSA ASTURIANA
Director: Isidoro Nicieza


14 de Abril de 2003

OPINION
 
14 de abril, en recuerdo de don Carlos Martínez

Francisco Prendes Quirós
 

Uno de los gijoneses que vivió con mayor intensidad las horas previas a la proclamación, por estos días de abril de 1931, de la II República española, fue, a más de los ya conocidos abogados, don Dionisio Morán o don Mariano Martínez, nuestro convecino el doctor

Carlos Martínez,

nacido en Ambás en 1899, criado en Avilés y después de sus estudios en Madrid, médico en nuestra villa.

Don Carlos Martínez, republicano desde primera hora, interno en la residencia de estudiantes de Madrid, viajero impenitente y sabio soltero de por vida, participó en septiembre de 1930 con otros asturianos, entre ellos don Álvaro de Maldonado y los gijoneses don José María Friera y don Honesto Suárez, en la fundación del Partido Radical Socialista.

Se trasladó definitivamente don Carlos a Gijón para ejercer su profesión en el verano de 1927, instalándose en la casa que en la calle Covadonga había construido su amigo el rico indiano don Valentín Álvarez. Desde el primer instante, participó don Carlos activamente en la vida social y política de nuestro pueblo, como primero lo habían hecho los también médicos de origen avilesino, don Eladio Carreño y don Octavio Bellmunt.

Muy cerca de su casa, en el Ateneo Casino Obrero, foco casi único de la cultura local y el primero de los ateneos de Asturias, donde por dos veces fue directivo, encontró don Carlos ambiente propicio al desarrollo de sus inquietudes sociales, literarias y políticas.

En el correr de los acontecimientos nacionales, agostado por sus yerros el régimen monárquico, descompuestos e ineficaces los partidos políticos que lo sirvieron, incluido el de don Melquíades Álvarez, especie de moscón zumbando alrededor de la lámpara dinástica, reconoce don Carlos en sus memorias que la propaganda republicana se hizo fácil de cara a las elecciones municipales que el almirante Aznar había convocado para el domingo, 12 de abril, creyendo el marino, equivocadamente como se vio aquel mismo día, que sustituyendo las políticas a diputados por las supuestas «administrativas» locales, la institución monárquica no correría peligro alguno, sin calcular, como veremos nosotros el domingo, 25 de mayo, que en momentos de gran inquietud política cualquier elección, sean locales, autonómicas o generales, se convierte en prueba de pureza de sangre democrática.

El entusiasmo republicano de los primeros meses de 1931 lo compartió el doctor Martínez con sus compañeros de partido, con sus amigos de los partidos de izquierdas, y también con los republicanos de derechas, «mauristas», de los que era paladín el gijonés don Julián Ayesta, padre del Ayesta, diplomático y escritor, que tantos reconocimientos viene cosechando «post mortem» por sus escasas cien páginas, donde con la hermosísima simplicidad de una inspirada prosa poética, sublima la esencia, entre señoritil y deportiva, del «sprit» juvenil del Somió, de bicicleta y tranvía, de la belle epoque.

El 14 de abril, cuando ya el triunfo de la coalición republicano-socialista era evidente en todas las capitales y grandes ciudades, excepto Lugo, Vitoria, Pamplona, Burgos, Ávila y Palma de Mallorca, a media mañana se celebró en el teatro Jovellanos una asamblea de los concejales electos y se constituyó un llamado comité revolucionario, cuya misión, muy poco revolucionaria, sería la de garantizar la normalidad del cambio de régimen salido de las urnas. Para la presidencia del comité fue designado don Carlos, aunque no había sido candidato, y la secretaría se confió a don José María Friera.

A las tres de la tarde de aquel 14, recuerda don Carlos en su «Al final del sendero», presidente y secretario del comité se encaminaron al Ayuntamiento. Allí aguardaron los acontecimientos, sentados en el salón de sesiones. Por fin, sobre las seis de la tarde, más o menos a la misma hora en que los señores Azaña y Maura saltaban de un taxi en la Puerta del Sol para tomar los dos solos el Ministerio de la Gobernación y proclamar la II República española, nuestros Martínez y Friera recibían la Alcaldía de manos del carlista don Rufino Menéndez, por ausencia de su titular don Claudio Vereterra, representado el traspaso de la institución por el bastón de mando que don Rufino entregó a don Carlos, de la misma forma que don Miguel Maura recibió el Ministerio de la Gobernación de manos del subsecretario don Mariano Marfil por ausencia de su titular, el marqués de Hoyos.

Don Carlos Martínez, elegante y educado siempre, acompañó al carlista Menéndez hasta el soportal de la Casa Consistorial, un poco más allá del lugar donde el joven ingeniero, señor Santos, concejal y, por lo visto, todavía candidato del PP cuando esto escribo, se deshonró deponiendo verbalmente sobre el indefenso nombre de la democracia. Mientras, don Miguel Maura, más hecho al mando, aunque solo fuera por hijo del poderoso don Antonio, se limitó a ordenar al pobre Marfil, que quedó más frío que la materia de su apellido, «Auséntese inmediatamente».

De esta tan fácil y pacífica manera pudo izarse la bandera tricolor en el Ayuntamiento de nuestra villa y en el Ministerio de la Gobernación en la plaza del Sol madrileña. En las dos plazas, la ciudadanía aclamaron el cambio. La conspiración para arruinarlos comenzaría inmediatamenteÉ casi sin esperar a la noche.

Francisco Prendes Quirós es abogado.
 

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