EDITORIAL PRENSA ASTURIANA

Director: Isidoro Nicieza


25 de febrero de 2003

 
 

OPINION

Las conspiraciones derechistas contra la República

Aquilino González Neira

 

Resulta realmente sorprendente que a estas alturas de la historia algunos autores pretendan sostener que la derecha española -la derecha reaccionaria y ultramontana, se entiende- fue una víctima propiciatoria de la II República, que los conservadores aceptaron el nuevo régimen de buena fe, que no hicieron nada contra él, que no conspiraron desde el primer día y que si se sublevaron el 18 de julio fue debido a la actitud agresiva de la izquierda, y que lo hicieron poco menos que obligados por las circunstancias, y debido a una cuestión de supervivencia.

La realidad de los datos y de los hechos muestra que lo ocurrido fue mucho más complejo. La izquierda pudo cometer errores o establecer tácticas equivocadas, pero el planteamiento básico del régimen era el correcto. Se trataba de construir una democracia moderna. Sólo que tal supuesto se enfrentaba con unas estructuras sociales y un panorama internacional nada favorables.

La clave la dejó planteada el profesor González Cuevas cuando escribió que «la II República nació indudablemente escorada hacia la izquierda. Y, en este sentido, el nuevo régimen supuso el más serio intento de transformación de la sociedad y del Estado españoles propiciado hasta entonces en nuestro país. La II República sentó los principios de igualdad ante la ley, unidad jurisdiccional, secularización, derechos individuales, prioridad dada a la cultura y a las reformas sociales, etcétera».

La aplicación de estos principios encontró la resistencia cerrada de los sectores más retardatarios de las derechas conservadoras. La monarquía simbolizaba para ellos un concepto jerárquico de la sociedad, con la educación controlada por la Iglesia y un orden social estático, asegurado contra cualquier posibilidad de cambio. La marcha del rey y la irrupción de la opinión pública como protagonista principal de la escena política destruían las bases de su universo ideológico reaccionario. Para la plutocracia de la época la perspectiva republicana no podía ser. El pueblo no tenía derecho a ser protagonista. Sólo ellos, la minoría «selecta», tenían derecho a usufructuar y disfrutar el poder.

La oposición de las derechas al nuevo régimen se articuló bajo dos formas. La primera, la de los seguidores más radicales de Alfonso XIII y los carlistas. Se apoyaba en la idea de un golpe de Estado violento que derribase al nuevo régimen. La segunda, la de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas, ACNP, una entidad de élite dentro de la Iglesia, asesorada por los jesuitas, que, aceptando aparentemente la vía electoral, crea la CEDA, un partido que defendía el corporativismo de signo fascista, con la intención de destruir la República desde dentro, por medio de la reforma constitucional. Esta táctica legalista, legalista sólo en apariencia, no estuvo ausente de varios intentos de golpe de Estado de la mano de Gil Robles.

La oposición de la derecha monárquica al nuevo régimen se debió no sólo a su oscurantismo ideológico, a su rechazo de la democracia, sino a que la base estructural del poder de la derecha económica, que es en suma la que va a financiar a la CEDA, Renovación Española, y a la Comunión Tradicionalista, era semifeudal, estaba basada en el latifundismo agrario, en la gran propiedad urbana, en un capitalismo industrial arcaico, que chocaba frontalmente con las perspectivas modernizadoras del régimen republicano.

La aristocracia, en 1931, todavía conservaba un gran poder en el campo. Los nobles, que eran los grandes latifundistas, rechazaban el mundo moderno y, por supuesto, una reforma agraria que les desposeyera de sus tierras, incluso con indemnización.

La II República fue el resultado de la alianza de los grupos sociales más dinámicos: la burguesía liberal, la clase media democrática, los trabajadores... En fin, el embrión de un país moderno que va a chocar con las viejas estructuras, y una situación internacional poco propicia. Luis María Anson ha escrito que la conspiración para derribar al régimen republicano se centra en dos nombres: Eugenio Vegas Latapié y Pedro Saiz Rodríguez. Anson trata de negar que Vegas Latapié fuera de «extrema derecha», pero casi inmediatamente tiene que reconocer que «Vegas consideraba que en el relativismo filosófico establecido por la Revolución Francesa se habían originado los males de Occidente. Estaba en contra de todo lo que, a su juicio, produjo 1789. Por eso rechazaba el liberalismo y la democracia...».

Luis María Anson, cuyo monarquismo no ofrece duda, ha escrito que desde el 15 de abril de 1931, exactamente un día después de proclamada la República, «en plena euforia republicana, Vegas empezó a conspirar para derribar el nuevo régimen a la vez con las ideas y, también, con la espada». Anson añade que Vegas repetía una tremenda frase como favorita: «Según la ley, todas las cosas se purifican con sangre, y sin derramamiento de sangre no se hace remisión». Por su parte, Guillermo Cabanellas, socialista de izquierdas, ha escrito que los primeros contactos para derribar al recién aflorado régimen republicano se realizan en Madrid a comienzos de mayo de 1931 y «tienen por escenario el palacio del marqués de Quintanar, en la plaza de Santa Bárbara. Concurren a la reunión los generales Orgaz y Ponte, algunos jefes y oficiales monárquicos y varios civiles, entre los cuales se encuentran el conde de Vallellano y el representante de Juan March: Juan Pujol. El ex rey Alfonso se niega a apoyar la actuación de los conspiradores; con ello termina esta primera intentona». Pero lo que sí se sabe es que don Alfonso aplaudió, poco después, la posibilidad de provocar un golpe de Estado. La sombra de Juan March en esta primera conspiración fallida es importante, pues era un hombre de Inglaterra que va a seguir conspirando activamente contra el régimen republicano a lo largo de los siguientes años, sin reparar en ningún tipo de medios.

Estos hechos ahora narrados sólo fueron el preludio de un intenso proceso de desestabilización que culminó el 18 de julio, con el alzamiento que inició la guerra civil, que duraría hasta el primero de abril de 1939.


Aquilino González Neira, articulista, estudioso de la masonería y la guerra civil.