En la casa de mis padres se
rezaba todas las noches el rosario. Después de la letanía, era mi madre
la encargada de sustituir a mi padre en la dirección del rezo y
comenzaban los padrenuestros por personas ya fallecidas y amigos y
parientes vivos, pero en apuros.
Uno de estos ruegos se dedicaba a don José Gaos y González Pola,
obligado a marcharse a México tras la guerra civil, filósofo eminente,
rector de la Universidad de Valencia (1936-1939) y perseguido por el
régimen del general Franco por su afiliación al PSOE. Aún resuena en mis
oídos -de viejo hoy- lo escuchado por los del niño -entonces- «Un
padrenuestro porque a Pepe Gaos no le pase nada», invocaba mi madre, con
su imborrable gaditano. Pepe Gaos era primo de mi tía Asunción G. Pola,
la mujer de mi tío abuelo, don Rafael Laviada Cienfuegos, ambos
carlistas acérrimos como todos sus hijos, voluntarios dos de ellos en el
bando nacional -Ignacio y Roque-, margaritas las hembras, vivas entonces
(Cándida, Asunción y Covadonga) y fusilado por el bando republicano en
las tablas del cementerio de Jove su tercer hijo varón, Rafael Laviada
G. Pola que, apenas contaba los 18 años y era sobrino carnal de don José
Gaos G. Pola.
Mi padre, hombre liberal y de derechas, que hasta su muerte se declaró
públicamente así, sin vergüenza, ni miedo, por lo uno ni por lo otro
-por lo otro y por lo uno- rezaba con especial fervor el padrenuestro
por Pepe Gaos, hasta que supo que estaba en seguridad y prosperidad en
el exilio mejicano. Criado en esta variopinta familia, que tan bien
recuerdo, ¿qué puedo pensar yo del movimiento que hoy se vive en España
a favor de la llamada «recuperación de la memoria histórica»?
Respuesta, que me parece bien, con una sola condición: que se intente
con objetividad, justicia y sin rencor, sin sacar fuera de contexto
histórico los errores, vesanias y horrores, que una guerra civil inspira
a los contendientes. Y dejando en paz a los muertos. Esta fue la base de
la transición del régimen anterior al régimen actual, o ¿es que queremos
«cargarnos» la paz por la que la gente de a pie, no dábamos un duro
(0,03 euros)?
Y también me pregunto hoy -tiempos en que el concepto de familia se ha
reducido al mínimo indispensable y poco más- ¿cuántos hijos de familia
se saben los dos apellidos de sus abuelos, sus trabajos, sus problemas,
o quiénes eran los hermanos de éstos, o los nombres y apellidos de sus
tíos y tías políticos? ¿Por qué, antes de desenterrar a los muertos, no
intentamos conocer o reconocer bien a los vivos?
Y sobre todo, ¿por qué a los dirigentes políticos de derechas les da
vergüenza reconocerse como tales, aunque capaces de dialogar
civilizadamente con homólogos de la progresía de la «gauche divine», y
caen en la trampa saducea de la reciente condena parlamentaria unánime
al régimen anterior?
El próximo «cepo» lógico que les pondrán, lo veo venir; pero por ahora
me lo callo. Sólo diré que me inspiró el barrunto el gran periodista
Eugenio de Riona, en su clarividente artículo publicado en LA NUEVA
ESPAÑA el pasado domingo, 24 de noviembre, bajo el título «Hacia la III
República».
Y mientras, los diez millones de españoles que votaron al PP en las
últimas elecciones generales, dándole la mayoría absoluta, esperando a
que gobierne con firmeza y fidelidad a su programa electoral, que fue
por lo que en gran parte, le dieron su voto.
Pedro García-Rendueles Aguado es abogado.
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